El Patrón
El Patrón
Una película cruda, a la que le sobra la mitad del guión, despareja en términos de actuaciones y de trama, pero que atrapa por una actuación de gran vuelo y una atmósfera miserable.
6 Butacas
Una película cruda, a la que le sobra la mitad del guión, despareja en términos de actuaciones y de trama, pero que atrapa por una actuación de gran vuelo y una atmósfera miserable.
6 Butacas
El recorrido de este drama argentino se revela en el título
y en los primeros segundos de la película, y no se moverá de esos parámetros,
El patrón es una radiografía de un asesinato, pero también lo es de la crudeza
de la desigualdad y de los sueños rotos.
Pero además, como condimento esencial, la película (breve,
contundente) se basa o gira alrededor de la composición de un Joaquín Furriel
de gran repertorio en la composición, y de presencia en la pantalla
sobresaliente.
Articula a Hermógenes, un santiagueño hachero, hombre de
campo, que a partir de un trabajo en casa de familia que consigue su esposa, se
embarcan en la aventura de intentar un futuro mejor en Buenos Aires.
Los costos son altos. No solo el desarraigo y la fiereza de
un mundo despiadado (cuando no te encontrás con la gente adecuada) sino por lo
complejo y lo bien relatada que está (sin bajadas de línea) la cuestión social
y cultural.
No hay manera que Hermógenes (rebautizado Santiago por el
patrón) no se enrosque en la maraña de complejidades y bajezas del mundo de
quien lo emplea, simplemente porque no conoce otra cosa y no puede siquiera
conceptualizar y darse cuenta de la espiral en la que se está metiendo.
El Patrón es un dueño de carnicerías oscuro y marginal,
compuesto con soltura (pero repitiéndose a si mismo en modismos y tics) por Luis
Ziembrowski. Será una pesadilla, desde el destrato a él y a su mujer, los
engaños y la violencia verbal y hasta física que ejerce en el vínculo, pasando
por la maldad y artimañas comerciales más oscuras.
Ese es un punto interesante de la película. La pantalla
huele a carne podrida. A engaño y a bajeza.
Esa tensión, la del dependiente de carnicería viviendo como un
subhumano en un cuarto del local que atiende, la vida de sacrificio extremo,
las horas de trabajo por una remuneración exigua y esporádica, la esclavitud,
los engaños, y el destrato, son los sonidos que desembocarán en un asesinato
anunciado.
La historia paralela, pero que es menos atractiva, es la del
abogado que, como parte de una negociación que le traerá algún beneficio
económico, se ve envuelto en la defensa del asesino, porque encuentra que, todo
lo brutal que fueron esos meses al servicio de ese monstruo patrón, no pudo
menos que desembocar en un arrebato emocional y en el acto de matar.
Claro, la ignorancia, el olvido de hasta el abogado oficial,
y la justicia que encuentra en esos desclasados la oportunidad de “hacer
justicia ejemplar”, lo condenan a una perpetua segura.
Los argumentos de esta parte de la historia son flojos
todos. Son casi una anécdota. Lo que importa, es el proceso previo y la
actuación que lo hace creíble.
A la película le sobra la mitad, aunque sin eso hubiera sido
solo un ejercicio actoral de buena factura.
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