Daddio
No es la primera película cuya trama ocurre dentro de un auto, hemos visto y algunas buenas, esta pone la vara alta, alcanza por momentos instantes de belleza y eso no es nada fácil de lograr.
8 Butacas
Dakota Johnson y Sean Penn tienen esa responsabilidad, la de crear los climas, la de contarnos una historia que logra que dos personas que no se conocían logren llegar a una intimidad tierna y sensible.
Puedo decir que una aventura así, la de rodar solo en la cabina de un auto, en este caso de un taxi, necesita un gran texto para que no nos aburramos, pero no es eso lo que funciona en Daddio, lo que funcionan son los rostros más que los textos.
La historia se cuenta a partir de esos rostros, primeros planos de ojos, sonrisas, manos, detalles, que no solo nos ayudan a entender a los personajes, sino que nos meten de cabeza en sus historias de vida, que se van a cruzar por azar en un aeropuerto, cuando el personaje de Dakota toma un taxi que la lleve a Midtown en Manhattan.
El viaje es normalmente de 50 minutos, en taxi amarillo, pero un accidente en uno de los accesos a la ciudad los detiene en el camino.
Pero ellos no se van a incomodar ni a poner nerviosos, es de madrugada y la conversación va creciendo de manera natural.
Pasan de las tarifas, de las propinas, de la tecnología, del clima, por los temas que se pueden hablar en un taxi (acá y allá) hasta que logran una intimidad entre ellos, la de contarse cosas, nunca otra, que es conmovedora.
Todo está sobre esos asientos (por no decir sobre la mesa) la diferencia generacional que los hace ver el mundo de manera distinta, la tecnología de ella y lo analógico de él, los prejuicios, los juicios sobre la vida y la manera de vivirla, pero a la vez el taxi es un espacio seguro, se convirtió en un lugar seguro en el que hablar está bien, y fluye, y ninguno de los dos se guarda nada, sabiendo quizá que jamás volverán a verse.
Aprovechan esa circunstancia, le sacan el jugo.
Hay mucha maestría y belleza en las imágenes, aunque parezca difícil lograrlo en el interior de un taxi, pero lo que se ve por la ventanilla, la música incidental, todo es melancolía y belleza.
Y eso lo logra la directora, que es también autora del guión.
Es un desafío todo el tiempo, los dos protagonistas se desafían, se cuidan, se dan consejos, se abren de corazón, se cargan, juegan, en un duelo actoral bellísimo.
Y hay química entre ellos, buena química que lo hace todo más fácil.
No voy a contar los detalles de la charla, porque es una sorpresa que tiene que llegarnos a partir de las primeras cosas que hablan entre ellos, pero es todo muy grato. La duración, la textura, la hacen una película amable y que nos deja pensando y sonriendo con melancolía.
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