Juan y Eva
Juan y Eva
Para los desprevenidos, esta es una historia de amor. Nada
de enrosques políticos, de devaneos, de manipulaciones, de idolatrías. Es una
historia de amor entre un militar en ascenso y una actriz en la Argentina de
los 40.
Es tan difícil abstraerse, como imaginar al general besando,
semidesnudo en la cama con el ícono. Pero sucedió! Formó parte de sus vidas
como en las vidas de todas las parejas que quieren y se enamoran en este mundo.
Paula de Luque, la directora y adaptadora del guión de Jorge
Coscia, elije con destreza los climas y los encuadres, recrea una época que los
que no tenemos edad imaginamos, sin estridencias, sin despliegues de plazas y
de extras, con la misma intimidad de la historia de amor.
Que sucede casi en su totalidad entre paredes, en autos, “de
querusa” diría Discépolo para describirla.
Las actuaciones son muy buenas, de hecho sobre esos gestos y
diálogos, sin caricaturas, descubrimos a dos personas, ambiciosas, que todavía
no sabían adónde podían llegar juntos, enamorarse y dejarnos ver los rasgos
centrales de sus respectivas personalidades.
No hay gestos “a lo Víctor Laplace” en el Perón de Osmar
Núñez, ni la pasión extrema y delgadez de la Eva de Ester Goris, hay matices,
insinuaciones, lenguaje y rostros.
La testadurez del
general que quiere vivir su romance pase lo que pase, aún en contra de los
camaradas de armas que no lo aprueban, el refugio en un grupo de amigos
incondicionales, de armas llevar, que lo militarán en cada campo, en cada
oficina, en cada rincón del País, para sacarlo de la cárcel el 17 de Octubre y
para bancar su romance, son de las entregas mejor cuidadas de la película.
Las actuaciones son de cámara, buenas, Pompeyo Audivert como
Farrell, Fernán Mirás como uno de los generales que no aprueban el romance, y
Alfredo Casero como el embajador de Estados Unidos Branden, son de lo más
sólido en términos de interpretaciones.
La pareja central está, como dije, alejada de los
estereotipos, no se propone la caricatura, sino la profundidad del momento, la
historia de amor, el enamoramiento mutuo que se va convirtiendo en admiración
de Eva hacia Juan y crece con el devenir de la actividad política.
Todo comienza con un brindis en un salón de clase alta, en
el que brindan con el embajador Braden, y cuando todo tiembla, cuando sucede el
terremoto de San Juan, los planetas comenzarán a alinearse para el encuentro
que sellará estas dos vidas y a la vez será la piedra fundamental de una
filosofía, de un proyecto político, de una nación.
Las referencias a la política no contaminan el relato
amoroso, no lo invaden, y eso es una buena noticia.
Me cuesta enternecerme con un general que besa, con una Eva
tierna que acaricia, con esos dos enamorados que son capaces de todo para vivir
su historia. Me cuesta porque no lo pude ni leer ni ver, ni escuchar por boca
de ningún protagonista.
Ellos, en mi mirada de la historia, siempre estuvieron
juntos, se conocieron y no se dejaron nunca, eran el uno para el otro. Por eso,
la intimidad de esos largos días, meses, entre el famoso terremoto y el ascenso
final del general a la presidencia, eran, hasta ahora, una especulación, que imaginaba
mucho más corta de lo que realmente fue. Fueron largos días de romance privado,
sin luces públicas, sin coletazos para la historia, más que para ellos dos
solos, a solas, compartiendo cama y mesa. Sin proyectos de País en la
conversación.
Está bien la película, muy bien.
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