Puerta de hierro (el exilio de Perón)


Puerta de hierro (el exilio de Perón)


Quizá el punto más débil (no es el único) de esta producción argentina sea lo desparejo de las actuaciones. No le faltan nombres, pero hay un esfuerzo por buscar parecidos físicos por sobre buenos desempeños, algo como forzado, que se nota demasiado en la pantalla.
A pesar de este rasgo, a pesar de la lógica con la cual se compactan los 17 años de Perón en el exilio, de lo exiguo de su paso por Centroamérica, de su salida en la cañonera paraguaya y algunas cuestiones de forzado dramatismo, yo celebro que se animen a este tipo de películas. Repito, a pesar de todo.
Lo celebro porque es una manera de conocernos, de saber aunque sea con un rapidísimo pantallazo lo que pasó, de intuir.
Cuánta falta nos hacen estas aproximaciones a la historia, algo así como lo que semanalmente encara el Canal Encuentro, pero con vuelo cinematográfico. Porque eso si que está presente en esta película, hay intención, hay vuelo y hay oficio.
Lo que no hay definitivamente es una historia que pueda hilvanar esos 17 años y el paso de un Perón todavía impetuoso a ese Perón de la vuelta, cansado, con dudas, más rodeado y definitivamente menos dueño de sus decisiones.
Vuelve Víctor Laplace (que también dirige) a ponerse en la piel de Perón, y la verdad es que lo hace bien, sabe, lo ha escuchado mucho, sabe de sus tonos, de su picardía de sus humoradas, de sus inflexiones, de sus tristezas y de su voz acomodada para la ocasión. Lo sabe y lo hace bien, es una presencia absoluta y un brillo que opaca y disminuye a todo el resto.
Ese Perón del final, el que está casi listo para volver, el de las manos y la cara con las marcas, las pecas del paso del tiempo, la próstata hecha pedazos y el cerco de López Rega, ese Perón está compuesto de manera virtuosa.
El tema es el resto, se destacan Javier Lombardo como Jorge Antonio, el amigo, el que compartió esa intimidad y una buena y sobria interpretación de Victoria Carreras como María Estela Martínez. Chabela.
La historia es la que falla. El libro no logra hacer una historia. Hay que suponer mucho, hay que conocer mucho de esa historia del exilio como para entenderla y seguirla.
Si bien el recurso de su amiga española, esa amiga imaginaria que recrea el texto para explicar y poner algunos acentos y corregir la historia, no alcanza.
Son muchos años, como Rosas, como San Martín, los que estuvo afuera, aunque conectado mediante sus cartas, sus grabaciones y el desfile incesante de visitas de sindicalistas, de escritores de periodistas.
Muchos años afuera y una salud que se deteriora como la Argentina misma, con su salud deteriorada. No es el mismo que se fue, y eso se ve en la película y es un buen hallazgo.
La quinta (que desconozco si se parece a la quinta original) y su nueva intimidad están insinuadas en el devenir de la historia, el ir de un lado al otro, su máquina de escribir, sus libros y la ropa, lo único que lo acompañó en esos saltos por países latinoamericanos.
Hay cosas muy bien abordadas como la llegada del cadáver de Eva a la casa.
Me gustó la película. Pero me gustó con una mirada amplia. Me gustó el oficio, la intención de hacerla, el despliegue técnico, la recreación de época. Todo eso, más esa necesidad de filmar lo nuestro que señalé al principio. Por eso mi mirada sobre esta historia es benévola.
Porque si pongo en el balance todo lo que no me gustó, desequilibraría para el lado oscuro.



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