Extraordinary measures


Extraordinary measures

Dos sólidos actores de la industria. Una historia que bien puede plantarse como lacrimógena. Reglas de mercado, esperanzas, traiciones. Hasta dónde podemos llegar cuando un hijo sufre?

Es cierto, cualquier película, cuento, programa de televisión, que recurre a mostrarnos chicos en sillas de ruedas y con ayudadores para respirar, nos hace presuponer golpes bajos, chicanas a la hora de contar la historia.

Pero en esta no es así, esa historia se muestra, está presente todo el tiempo, es la historia de la familia de Brendan Frazer, su bella esposa y sus tres hijos, dos de los cuales sufren de un mal genético que va debilitándoles los músculos, el mal de Pope.

Brendan es un ejecutivo de un laboratorio, tiene una buena vida, pero sus hijos, el deterioro progresivo de su calidad de vida, están presentes todos y cada uno de los días de su vida.

Cuida el trabajo porque paga su seguro médico, pero solo le quedan dos cosas por hacer, pasar todo el tiempo que pueda con ellos (son siempre sus últimos días) y esperar el milagro.

Un crisis de la hija mayor, Megan, después de cumplir sus 8 años, le hace un click en la cabeza, lo pone de frente a escribir su historia de no resignación y va en busca de ese milagro privado, que va a tener mucho de apuesta y de riesgo.

Viaja horas para encontrar al único científico que está trabajando en una cura para sus hijos. Lo va a buscar a su terreno y lo embarca en el desafío de pasar de las carpetas, de los pizarrones, a algo que pueda probarse.

Ahí es cuando entra Harrinson Ford con toda su trayectoria para sobreactuar al científico. Cosa que se le perdona porque además es el productor de la película.

Empiezan entonces una relación que los va a atener cambiando de veredas todo el tiempo. Empiezan con la idea de juntar unos 500 mil para investigación y terminan buscando 10 millones de un inversor para poner su propio laboratorio y no depender de nadie.

No les va a alcanzar y van a poner en venta su empresa para desarrollarlo con las espaldas de uno más grande.

En definitiva, una de esas películas aleccionadoras, tan típicas de la moral americana, pero que tienen esos resortes que las hacen interesantes. No se puede dejar de pensar en el dolor del otro, en ponerse en esos zapatos y mirarse unos minutos, metidos en la ficción, en esos espejos que no queremos cruzarnos nunca.

Hay una esperanza, al final, hay una esperanza y siempre hay una esperanza en estas historias, porque están contadas para eso, para esperanzar a los que tienen problemas y para decirnos a los que creemos que tenemos problemas que somos unos imbéciles si pensamos que las cosas pasan por la discusión de si Maradonna sigue o no al frente de la selección.

Son buenos para estos relatos, los hacen efectivos, nos abren los ojos al final de la hora cuarenta y nos hacen invariablemente tener ganas de ir a abrazarlos si los tenemos, a quién sea, hijos, madres, padres, hermanos, amigos. Cuando los gringos cuentan estas historias, hay que prepararse para moquear un poco, disimuladamente.

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