7 Cajas
7 Cajas
7 Cajas es una película paraguaya, y de tan paraguaya tiene
un aire familiar.
Para ver subtitulada de manera obligatoria, no hay manera de
seguir sus diálogos mezcla de guaraní y español, compendia una despiadada
cadena de desencuentros, descalces, suciedades, maldad extrema y humor, de
manera casi perfecta.
Es una película fuerte, como lo fue en su momento Ciudad de
Dios, y que tiene el efecto ese de exorcismo que tanto nos atrae, eso de ver lo
que les pasa a otros como si fuera extraño a nuestro acervo.
Es un relato marginal, de lumpenaje, de escoria, de hambre y
de desequilibrio.
Ubicado en un enorme mercado popular cuenta la historia de un
adolescente changarín, que con su carreta acarrea “mercadería” (palabra que se
utilizará mucho en la película y que suena así, en castellano).
Uno de los encargos será el de las famosas 7 cajas
misteriosas que deberá cuidar celosamente para poder cobrar un enorme pago, que
le permitirá adquirir ese objeto de la modernidad que lo desvela, un teléfono
celular que filma.
Los enredos, idas y vueltas, giros inesperados, que se irán
sucediendo están hilvanados de manera desprolija pero efectiva, habida cuenta
de que es desprolijo el entorno y la violencia en la que se zambulle el relato.
Toda la película transcurre en el escenario auténtico, con
gentes auténticas y sonidos ambiente perfectamente calibrados para dar a la
película un realismo del que solo salimos por los efectos cinematográficos a
los que se apela (hay abuso de algunos, como la cámara subjetiva) y por los
raptos de humor que los diálogos ofrecen.
Un humor ácido, mordaz, inesperado y brutal.
La trama está muy bien construida y los personajes fluyen y
son creíbles.
Sobre todo están muy bien pintados los policías y sus métodos
y obsesiones.
7 Cajas es tan buena como dicen.
Es también tan latinoamericana y tan miserable que estremece.
Es fuerte, es inteligente y es brutal.
Una enorme sorpresa este cine paraguayo.
Como fue Whisky para Uruguay.
Estereotipos que están ahí, dando vueltas muy cerca nuestro,
en esas realidades que preferimos no ver y que, cuando las vemos reflejadas en
la pantalla, nos producen esa sensación de incomodidad insoportable.
¿Por qué esa costumbre argentina permanente de menospreciar al vecino más chico? ¿Desde qué lugar se creen habilitados para este tipo de drítica desde un escalón más arriba? ¿Cantidad? ¿Tamaño? Con Brasil no tienen la misma postura.
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