The Grand Budapest Hotel
The Grand Budapest
Hotel
Desbordante, brillante, hilarante, perfecta en su desarrollo
y en su trabajo de edición y montaje, multiestelar, todo eso y más es esta
nueva maravilla de Wes Anderson.
Es cierto, hay que vibrar en su ironía, en sus claves, en
sus guiños permanentes, pero qué delicia es sentarse a ver sus realizaciones.
Esta es la historia del conserje Gustave H, el más grande
conserje de todos los tiempos, miembro de la selecta cofradía de los conserjes
más renombrados de los mejores hoteles del mundo, y su ascenso y caída.
Todo narrado desde un presente de un hotel en decadencia,
pero hidalgo, contando con melancolía sus momentos de máximos esplendores.
En el reparto de esta película hay tantos actores de nombre,
que es difícil listarlos, y son todos excelentes para jugar el juego de
absurdos que propone Anderson.
Están sus incondicionales, Bill Murray, Jason Schwartzman,
Owen Wilson, los que estuvieron en Life Aquatic y los Tenembauns, aunque más no
sea para estar unos segundos en pantalla y no perderse el experimento.
Es que cada película de Anderson es un experimento, un
desborde, una pintura a brochazos en términos de la construcción de la
historia, pero la meticulosidad del detalle en tinta china para ajustar cada
engranaje.
En este caso, además, con un enorme trabajo de edición y de
dirección de arte, que hace que la película además sea bella para ver.
Hay historia también, la del aprendiz de conserje, que será
de alguna manera cobijado por el gran Gustave H y sus desventuras, que
incluirán sus amoríos con señoras ricas muy ancianas, un testamento, un cuadro
invaluable y una intriga.
Todo esto metido en una escenografía superior.
Un gran ejercicio cinematográfico.
No es poco esto.
Puede que no te guste lo absurdo, lo bizarro, pero el
despliegue coral, el tono, las imágenes, la técnica, todo es puro cine, del
bueno.
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