Mi obra maestra

Mi obra maestra

Una historia que se despereza todo el tiempo, contando el mundo del arte, que descansa en los hombros de dos buenos interpretes, pero que no logra sorprender ni emocionar.


5 Butacas



Y es una pena que no logre estas dos cosas, porque serían seguro las dos premisas básicas para sostener este relato de los Duprat. 

Emocionar, es algo que no logra pero que amaga todo el tiempo. Historia de amigos varones, grandes, con mil batallas, si se quiere cada uno a su medida con una buena historia ya andada, en común y cada uno en lo suyo. Pero no hay caso, la película no logra nunca arrancarnos una sola lágrima, a pesar de haber creado situaciones y momentos para ello.

Le hubiera venido muy bien un poco de emotividad en un guión tan literario.

Que además recurre a la narrativa, primero en off y después en pequeños monólogos, del personaje de Guillermo Francella para explicarnos qué es lo que está pasando.

Y el otro elemento ausente es la sorpresa.

Si bien hay una construcción que puede desembocar en un giro inesperado, no se logra, todos nos damos cuenta del truco que está a punto de suceder, y nos hace dudar si es a propósito o si somos demasiado inteligentes por habernos dado cuenta, pero al cabo de unos minutos comprobamos que la mayoría de la sala adivina lo que viene.

En definitiva, la historia no atrapa.

Quizá si los gags, que son básicamente lo que sostiene la tensión entre los protagonistas, y de alguna manera nos va divirtiendo a medida que se desarrolla el argumento. Es decir, nos distrae mientras sucede otra cosa, que es bien poco.

Esas dos buenas actuaciones son entonces el sostén de Mi obra maestra, no mucho mas que eso.

Asoma un poco a un mundo que desconocemos, el mundo de los artistas, las galerías y los negocios, pero que tampoco es tan atractivo.


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