La grande belleza
La grande belleza
Viajar es útil, ejercita la imaginación
Todo lo demás es desilusión y fatiga.
Nuestro viaje es enteramente imaginario
Ahí reside su fuerza
Va de la vida y la muerte
Personas, animales, ciudades y cosas es todo inventado
Es una novela, nada más que una historia ficticia
Lo dice Littre, él no se equivoca nunca
Y además, cualquier puede hacer otro tanto
Basta cerrar los ojos
Está en la otra parte de la vida
A partir de esta frase nos vamos a meter con sigilo y brutalidad en un viaje
hacia las profundidades de un hombre que ha perdido el sentido de su vida, que
ya no es capaz de imaginar, de crear, de sentir, y que se ha refugiado en la
nada, en el vacío. Un vacío ('il vuoto') que se explicitará muchas veces a lo
largo de una película que está recorrida por las constantes preguntas, por el
cuestionamiento interior, por la lucha de encontrar un sentido que permita
seguir adelante.
Roma es el escenario de esta desmesura de película, intensa, compleja pero
a la vez tan íntima. Roma y sus museos, sus palacios, su vida moderna vacía en
ese lugar de tanta riqueza. Y Jep Gambardella
(un soberbio Toni Servillo) el rostro (siempre en planos de sonrisa
lánguida) de esa búsqueda y esa decadencia.
Jep es escritor, pero ya o escribe. Ha hecho la parábola del aprendizaje
y no se gusta, no le gusta lo que encontró en el viaje.
Conoce la fatiga, el desencanto, pero no puede reaccionar. Esto es una
constante que en la película se traduce en planos cercanos y melancólicos, y
silencios.
Jep vivió y gozó de los privilegios de una vida artificiosa, de artista, de
dinero, pero nunca olvidará aquél halo
de belleza inspirador que se quedó clavado en su mente y del que jamás ha
podido escapar.
Jep tiene todo y no tiene nada.
El y sus amigos son despojos y también son sobrevivientes, vestigios
arcaicos como muebles desvencijados pero erguidos, que solo caben y se lucen en
una ciudad: Roma.
Todos los personajes más jóvenes que interactúan con Jep van muriendo a su
lado, como si se tratara de un réquiem interminable en el que solo las cosas
perpetuas terminan quedando. Jep y sus amigos son como los monumentos de Roma:
Siempre están ahí. No se mueven, están estancados, embalsamados. También
están profundamente perdidos, desorientados en sus propios marasmos personales,
en sus propias contradicciones. Pero no se mueven. ¿Para qué? Son como esos
trenecitos que hacen en las fiestas de Jep que no van a ninguna parte. Todo
inmóvil.
El desencanto. "Roma me ha decepcionado", dice uno de los
personajes, el interpretado por un soberbio Carlo Verdone en una de las escenas
más maravillosas de la película, en la que mediante un truco ilusionista
desaparece una jirafa y al mismo tiempo también él se va diluyendo más allá de
los límites de la pantalla. El desencanto lo inunda todo, como la crisis
creativa de Jep por la que reiteradamente le preguntan: "¿Por qué no ha
vuelto a escribir otro libro?". ¿Por qué?
Sorrentino con su estilo exagerado y operístico nos lleva de la mano y nos
habla un rato largo sobre la muerte, y el final, y el cansancio, y de seguir
viviendo y transcurriendo como cada uno crea conveniente.
Volviendo una y otra vez a ese mágico momento de
belleza insuperable, al que regresamos cuando cerramos los ojos y que está ahí
siempre a mano, pera recordarnos que lo otro existió y nos visitó con su
plenitud.
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