Monzón

Monzón

En línea con las celebradas biopics de Sandro y Carlos Tévez, Monzón es una parábola de la violencia, un cuadro de época y una reflexión sobre los temas que antes no parecían molestarnos y hoy son insoportables.


7 Butacas



Dirigida por Jesús Braceras, con una producción impecable (de lo mejor que se ve en el País) y una recreación de época minuciosa y detallada, es una aproximación (algo sesgada) a la vida del ídolo, del boxeador inclasificable e imbatible, que peleó en los rings, pero también en la vida.

Todo comienza esa noche del verano del 88 (un verano que está muy bien contado en el libro La feliz, de Camilo Sánchez) y en medio de esa pelea que empieza a subir de tono y termina con Alicia Muñiz estrellada en el piso al lado de la pileta.

Ese derrotero, el que comienza esa noche, es el calvario de un hombre que conoció todo, la gloria, la fama, el dinero, pero al que nada le alcanzó para cambiar su destino.

Monzón recorre tres momentos que se van superponiendo e intercalando (no es un recurso fácil este, y no siempre sale airoso el director) el niño y su infancia de miseria en Santa Fé, el joven pendenciero y marginal que empieza a boxear a pesar de su físico desnutrido (como posible escape a trabajos de hambre) y el campeón adulto al momento de su retiro.

El niño estará poco presente en la historia, solo será una referencia de pobreza extrema, si veremos un intercambio de épocas de manera permanente entre el boxeador que va creciendo hasta llegar al campeonato del mundo, y el hastiado que después de 14 defensas increíbles del título, ya no tiene motivaciones para seguir subiendo al ring, que cree que ya tiene demasiado y quiere disfrutar de la vida.

En el medio, sus relaciones de pareja, con Pelusa (excelente interpretación de Paloma Ker), con Susana Giménez, con Alicia Muñiz como eje central de la trama.

Bien contada, iremos siendo testigos de sus comienzos, la llegada al gimnasio de Amílcar Brusa, el apadrinamiento de Tito Lecture (también muy bien caracterizado), la gloria tras vencer a Nino Benvenutti y los excesos que le trajo esa vida glamorosa.

Los dos interpretes, tanto el joven (Mauricio Paniagua) como el adulto (Jorge Román, aquel entrañable protagonista de El Bonaerense) son muy parecidos al personaje real, lo que agrega un buen condimento de verosimilitud a la trama.

El costado policial, la trama de un posible encubrimiento de parte del poder local, que no prospera por el estado público que toma el tema, las discusiones públicas sobre el asesinato (puesto en duda con una mirada muy de época, en la que el hombre no es culpable si la mujer provoca) son datos interesantes vistos a la luz de estos años, y nos hacen esforzarnos para ponernos en la onda de fines de los ochenta, qué pensábamos, qué decíamos.

Como siempre decimos cuando vemos biopics, la clave es qué momento de la vida decidimos contar y con qué intento central. En Monzón es claro que el intento es contar su vida en relación con la violencia, la violencia marginal de su niñez, la violencia de sus primeros años como boxeador (y abajo del ring) y la violencia de sus días de ocio, esos días en los que no tenía nada para hacer y llenaba sus horas con los excesos que la vida de los "amigos del campeón" le proponían.

En esos años, de fines de los ochenta, los personajes que se acercaban a su vida lo hacían por motivos de amistad y de negocios, y el campeón respondía a todos ellos.

Los personajes secundarios en la historia pero centrales en esos últimos fatídicos días, serán Adrián Martel (interpretado por Nacho Gadano) y Alberto Olmedo (Yayo Guridi), los dos muy bien interpretados y ajustados al imaginario de todos.

También están muy bien las coreografías de las peleas (con una reproducción exacta de los movimientos y tensiones del combate) y las anécdotas de viajes y reportajes, junto con la relación con Alain Delón y el mundo del cine y de la moda.

Claro que quedan cosas afuera, es imposible recrear una vida, y claro que quedan historias que son narradas de manera verosímil pero no siempre ajustadas a una verdad estricta, están muchos de los protagonistas vivos, tienen memoria y recuerdos y cuentan la verdad de los hechos, pero para la ficción sirven, alimentan los mitos y las suposiciones, crean climas y ayudan a comprender a los personajes.

Para los menores de 40, el box no es un deporte popular (creería que no lo consideran un deporte) y Monzón y sus hazañas son una referencia remota. Para ellos, esta es la historia de un femicidio.

Para los más grandes, los que vibramos con sus peleas en blanco y negro y lo vimos en cada uno de sus combates, y nos emocionamos con sus logros y su parábola de vida, lo envidiamos cuando estaba rodeado de placeres en Europa, lo vimos hasta como ícono de la moda, y vimos su decadencia y el juicio que lo condenó, la historia es otra, se amolda a una memoria y a una emotividad.

Para nosotros también la historia funciona, nos refresca nuestro tiempo y el crecimiento de las ideas y los paradigmas, y nos hace pensar en la fragilidad de los éxitos y sus consecuencias en la vida de las personas.

Es una gran serie.

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