Noise ó Sobrepasando el límite


No nos damos cuenta, pero la ciudad es cada día más y más agresiva con nuestros sentidos. Lo notamos cuando invado alguna actividad en la que intentamos concentrarnos, como cuando intentamos hablar por celular en la calle, o nos queremos detener para escuchar algo en particular. Ahí las bocinas, los motores de los colectivos, las motos, nos invaden la cabeza.

El tema es que no tenemos mucho para hacer, nos refugiamos, nos escondemos, nos ponemos a salvo hasta que un nuevo ruido venga por nosotros.

Yo vivo en un barrio apacible del gran Buenos Aires, un suburbio con árboles y calles tranquilas, sin embargo, a la noche, cuando todos dormimos y sin un patrón fijo de días y horas, una alarma se enciende y nos despierta.

No nos damos cuenta del todo, quizá nos haga levantar al baño o encender una luz o preguntarnos siempre lo mismo, de dónde será?

Dura poco, unos segundos, es notable, pero alguien la apaga, alguien que sabe que puede suceder.

Preguntamos en el barrio y nadie sabe. Es un misterio.

Hace un par de años pusimos vidrios dobles en toda la casa. Fantásticos los vidrios dobles. Todo el mundo cree que es por la temperatura de la casa, aísla mejor, en verano es necesario menos aire acondicionad y en invierno menos caldera, pero eso no es todo. Baja mucho el ruido, mucho, y secretamente, creímos que era para ya no volver a escuchar esa alarma.

Esta película, Sobrepasando el límite o Noise, está protagonizada por un cada vez más inclinado a la comedia absurda Tim Robbins, eterno joven de la pantalla americano ahora recién separado de la bellísima Susan Sarandon. Cada vez más histriónico, aceptando papeles que rozan el absurdo, la comedia negra, pero a la vez cada vez más patético y desamparado.

Encarna a un hombre que se muda a Nueva York con su familia y los ruidos pasan a ser parte muy importante de su vida. Está en una zona poco complicada, el Upper West Side, pero de todas maneras inmerso en una ciudad que genera tano ruido como basura por metro cuadrado, ruidos con los que uno convive y a los que se acostumbra ni bien pisa esas calles, estarán ahí toda tu estadía, y cesarán en ningún momento.

Alarmas, la marcha atrás de los camiones y camionetas, las motos, os bomberos las ambulancias, todo está ahí para taladrarte la cabeza.

Y el bueno de Robbins, que narra algunas partes de la trama tomando una interesante distancia del relato, nos hace ver los sinsabores de esos ruidos que lo interrumpen durmiendo a su hija o intentando intimidad con su esposa, después de semanas de no lograrlo.

Se obsesiona más de la cuenta, tanto que está dispuesto a romper cada uno de los autos que tienen su alarma activada en medio de la noche sin que sus dueños vengan a desconectarlas.

Un relato simple, del estilo día de furia, en el que todos, en algún lugar, nos vemos representados.

Robbins rompe, va preso dos veces, sigue rompiendo, pierde trabajo, amigos, esposa e hija y ahora que tiene tiempo, solo se dedica a esto. Convertido en justiciero, se llama EL Rectificador (Rectifier) y es capaz de deambular por la ciudad como un justiciero anónimo hasta acabar con la última alarma molesta.

Esa es la historia, por lo demás, un par de buenas actuaciones y situaciones ridículas que se cruzan, que dan qué pensar y nos hacen reflexionar acerca del mundo de las peticiones por derecha, del mundo de la política que no escucha las necesidades y del mundo de los vigilantes y los justicieros solitarios.

Hay un párrafo aparte para el rol que encarna William Hurt, alguna vez una actor que iba camino a ser de culto y que ahora acepta papeles en los cuales se toma el pelo de tal manera que uno piensa que ya no podrá tener retorno. Todavía lo recuerdo en Accidental Turist y no me creo este presente de parodia que tiene.

Es divertida, corta, efectiva, hace pensar y gira en torno a una cuestión menor, como casi todas las cosas de la vida.

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