Días de pesca
Días de pesca
Sorín filma inmensidades, vientos, soledades. Y filma con
gente que ni sospecha que son actores, intérpretes de vidas solitarias o
animadas en medio de la soledad de los paisajes que solo la Patagonia argentina
puede ofrecer.
Y nada de costa oeste, comarca andina, no, soledades
orilleras, de ruta 3, de piedra en lugar de arena en la playa en la que nadie
se bañará nunca.
Y noches con estrellas que desbordan el cielo, y estaciones
de servicio que son como hogares en medio de la nada, y caminos que pierden la
mirada.
En esos paisajes Sorín es el mejor. Aunque la historia, como
en este caso, sea demasiado pequeña, mucho más que cualquier otra que haya
filmado hasta ahora.
Porque no habrá historias que se cruzan, no habrá héroes ni
amores, no habrá nada que adorne en exceso la excusa central de Días de Pesca,
que es el encuentro de un padre con su hija.
Seguro no se ha portado bien, seguro hay mucho que
explicarse entre ellos de ausencias, de falta de tiempo juntos, de contarse qué
pasó todos estos años que no nos vimos.
No los une casi nada.
Más que un cariño que se intuye, pero que no queda claro si
aún existe.
Una casa en Jaramillo, una visita inesperada, y un viaje
largo con la excusa de encontrarse un hobby, la pesca, y volverla a ver.
Pero también hay dolores, físicos y de los otros, y hay un
hombre que nunca termina de mostrarnos cómo es realmente.
Es Alejandro Awada y Victoria Almeida (es muy buena, la
vieron actuar en algún aviso seguro) es el sur, es Sorín y es el sur de Sorín.
Repito, no es lo mejor de su saga. Compuesta de paisajes,
gente que habla bajito, perseguidores de sueños, pero es un buen motivo par
pasarse una hora veinte.
Fotografía como nadie esos desiertos, pero también refleja
como nadie los desiertos internos.
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