Nieve negra

Nieve negra

Pretende, intenta, pero se queda corta en casi todo.


5 Butacas


En este Butaca al Centro celebramos cada nuevo opus argentino (bueno, casi todos). Porque hay todo y de sobra, talento, historias, paisajes, habilidad para contar y grandes interpretes.

Por eso la expectativa, y más cuando entre los involucrados está Ricardo Darín, es alta.

Nieve negra es una película que hubiera funcionado excelente hace 15 o 20 años. Por esos días en los que no había series, no había tanta oferta en streaming y había que ir al cine para ver historias complejas con giros psicológicos y cuestiones de familia.

Lo que quiero decir es que en los primeros días del 2017 estas películas tienen que tener esto en cuenta, hay que contar mucho en una hora y media (quizá el punto más destacable del film, su duración exacta) porque estamos muy habituados ahora a ver cuestiones más complejas, más intrincadas, resueltas con los modelos en formato serie, y eso es una nueva vara que hay que tener en cuenta a la hora de contar.

Entonces Nieve negra, que es una buena historia, se parece mucho a una película basada en algún libro menor de Stephen King, filmada en los años '90.

No nos vamos a sorprender con casi nada, y hasta los giros que pretenden ser sorpresivos, resultan obvios.

Los puntos a favor son algunos buenos momentos de cinematografía, en términos de filmación y paisajes (las escenas con drones en carreteras nevadas son, aunque muy del cine norteamericano, muy logradas) y el color general de la película, opresivo, complejo, gris, plomizo, están bien logrados.

No es buena la elección de la actriz protagónica, más para hermana menor de Sbaraglia que como su esposa, y de Luppi como actor de soporte. Aunque por lo que hemos sabido de su personalidad fuera de la pantalla en los últimos años, nos ayuda a odiar un poco más al personaje de sorete que encarna.

Los dos protagonistas, Darín y Sbaraglia están bien, por la complejidad y la economía de gestos, Darín hace algo distinto a lo que acostumbramos a ver en sus composiciones (no hay sonrisa Darín) y Sbaraglia está bien en su doble moral constante.

En definitiva, un thriler psicológico que se convierte en historia previsible, contada a la manera de película de los sábados de "El mundo del espectáculo" que no tiene en cuenta lo que hoy estamos consumiendo por otros formatos.

Es cierto, el cine debe ser fiel a sí mismo, pueda tomarse esas licencias, pero para que nos conmueva o atrape, necesita ser superlativo en eso.


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