El amor menos pensado

El amor menos pensado

Oficio actoral, guión extenso, un pasaje difícil del texto a la pantalla para esta comedia romántica que nos deja con algunos sinsabores que podrían haberse corregido.


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Pero es una tentación, tener un buen libro a la mano, imaginarlo en la pantalla, armar un elenco con dos intérpretes extraordinarios y un elenco que lo secunda de gran oficio, y rodar.

El amor menos pensado es una buena historia, que en manos de Norah Eprhon en Estados Unidos, con Tom Hanks y Michelle Pfeiffer, se transformaría en un producto de una hora y media de duración, durante la cual hubiéramos reído mucho y llorado menos.

El producto que logra Juan Vera (un gran autor y mejor productor) es una película en la cual parecería haber querido decir muchas cosas, como si fuera una transcripción literal de un libro intenso.

Una pareja (Darín y Morán) que vive una vida de clase media ilustrada, con un solo hijo adulto ya, se sorprende un día en la escalera del avión que lleva a su hijo a estudiar a Europa con una nueva vida a punto de empezar.

Para el que se va, y para los que se quedan en Buenos Aires, que alrededor del nido vacío comienzan a preguntarse por sus propios vacíos y la pareja, y en definitiva la felicidad.

Es una transición muy interesante como está resuelta, porque esas preguntas, al no haber infidelidades ni cuestiones de dinero ni violencias, al estar todo en un aparente equilibrio, esas preguntas y sus respuestas, se convierten en un disparador mucho más profundo que lo obvio.

Las rutinas, los silencios, el deseo, todo se va resolviendo en pocos minutos y está muy bien logrado, a tal punto, que cuando los protagonistas toman la decisión de cambiar rumbos, no lo entenderemos como una ruptura.

A partir de eso, obviando bien el recurso de la crisis de los 50, se sucederán una serie de desventuras, clásicos desencuentros y encuentros con otros ocasionales compañeros de ruta, en los que encontraremos quizá lo más frágil del relato, porque si bien están muy bien logrados esos momentos (el de Andrea Politi por ejemplo) son largos, nos hacen desviar bastante del relato base, tanto así, que hay un momento de la película en el que el desarrollo de estas ideas paralelas nos hace pensar que nunca volverán al centro argumentativo.

La historia entonces parece querernos mostrar que hay vida después del matrimonio, pero que esa vida, al carecer de recuerdos y complicidades, es una especie de reseteo permanente que nunca llega a la profundidad.

Ahí se pierde un poco el relato, en esas ramas que, desde un tronco sólido, ramifican con destino incierto.

Y el final...directamente lo rodaría de nuevo, ese romanticismo, que no estuvo presente antes, no es bueno insinuarlo en el final, en esa carrera por la explanada de la biblioteca nacional y con imagen congelada al estilo de las películas de Sandro.

Venía en otro registro y cambió abruptamente.

Las salas llenas, un Darín siempre convocante que está muy bien en este registro de comedia sensible, unos minutos excelentes de Norman Briski y la Politti, una paleta interesante pero con desvíos.

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