Green Zone


Green Zone

Esta película no da respiro. El volumen de fuego, su vértigo, los efectos especiales (entre los que se destacan unos muy buenos sonidos) y la velocidad del relato la hacen entretenida, verosímil y muy interesante.

Desde “La caída del halcón negro” las películas bélicas cambiaron de manera definitiva. Desde aquellas cuestiones de la segunda guerra mundial hasta estos días de Hummers llenas de tierra y mucho sol y desierto, el género se reveló, incorporó tecnología, traidores, nuevos malos y mejores técnicas narrativas.

En Green Zone el director nos lleva al corazón de la mentira estadounidense que desemboca en la invasión a Irak, y todo, absolutamente todo, tiene un extraño olor a cosa cierta, a mensajes cifrados y un escalofriante aroma a desclasificación de documentos.

Los nombres, los escenarios reales, el clima, son tan reales, que parece más un documental que un ejercicio de ficción.

El nuevo relato casi puede prescindir de nombres, de actores famosos o de grandes despliegues. En esta versión, Matt Damon hace su personaje clásico, buen americano y mejor patriota, de una manera previsible y muy verosímil.

El ritmo es infernal, en los primeros 40 minutos no hay respiros, y la trama es bien simple pero de gran poderío y contundencia.

Los buenos, los malos entre los buenos, los bigotudos de traje, los nombres que vimos en la CNN y todos mezclados en medio de un armamento asombroso.

Eso es Green Zone, además de un gran entretenimiento.

Ahora, a diferencia de los clásicos, además de esos buenos y malos medio difusos, están los medios, los periodistas que pueden terminar con todo a tiro de una nota en el Wall Street Journal, toda una exageración de nuestros días.

Está bien.

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