Black Swan


Black Swan

Natalie Portman está fantástica. Y poco más tiene esta película sobre la vida de mierda de las bailarinas de elite.

Gino, mi peluquero desde la infancia, contaba mientras cortaba, que su hija, la única hija que tuvo ya de grande con Martita, su asistente de toda la vida, quería ser bailarina y llegar al Colón.

Gino sufría con el sufrimiento de su hija, con las privaciones, con la crueldad de las medidas y de los pesos, las pruebas sucesivas y la preparación para la pruebas sucesivas.

Me acordé de todo eso ayer cuando miraba Cisne Negro. Porque todo el relato son los días previos a una gran puesta en el Met de Nueva York (en el que brillaron Bocca y Herrera), una nueva versión del Lago de los Cisnes con una nueva protagonista, que tiene que sustituir a una ya madura primera bailarina.

Y habrá presión, mucha, y habrá tortura, del director y de su madre.

No la vemos reír a Natalie (y tiene una sonrisa encantadora) no la vemos disfrutar ni un solo segundo de esos días hasta que es elegida y tiene que dar con el personaje.

Ahí su desafío, es tan sólida, tan perfecta, tan armónica, que puede componer a la perfección al cisne blanco, inmaculado, frígido, pero será incapaz de darle vida al otro, al negro, al visceral, al impúdico.

Y esa será su búsqueda. Entre su madre frustrada (por concebirla cortó su carrera) y su director, su vida es un infierno del que nada bueno puede salir.

Trabaja el francés Cassiel, el marido de la Belucci, entonces uno puede preanunciar partusa. Cada vez que le toca actuar hay algún desvío, alguna porquería.

Oscura, opresiva, violenta. Sin un guión sólido ni vueltas en la trama.

Se rescata la brillante performance de la Portman, que hace un papel extraordinario y no mucho más que eso.

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