Un cuento chino


Un cuento chino

Es ocurrente Sebastián Borenztein, no hay dudas de eso, y es hábil con la cámara, con los actores y con los guiones.

Y es un buscador incansable de momentos, de climas y de situaciones absurdas.

Hace unos años vimos “La suerte está echada” una increíble historia de mufas, y esta historia vibra en esa sintonía que tan bien conocemos en Argentina, la del absurdo.

Un moderno Vaccarezza, un absurdo de principio al final, con una historia inverosímil que creeremos gracias al guión y a las actuaciones.

Elige el hijo de Tato a un tría actoral sobre el cual descansa toda la trama, el monumental Ricardo Darín, que maneja esta cuerda con tanta eficacia como lo vemos manejar la de la comedia o el drama más duro, el chino en cuestión y la ascendente y caderona Muriel Santa Ana.

Un chino es arrojado de un taxi en movimiento, en la costanera del aeroparque, justo a metros del lugar que eligió el personaje de Darín para tomarse una cerveza con una picada y ver despegar y aterrizar los aviones. Se conmueve, se apiada de este chino desdichado que ni siquiera puede explicar qué le pasó y qué hace en Buenos Aires, y se lo llevará a la casa para que pase la noche.

Desde ese momento y hasta que deja la casa, este ferretero agreta, solitario y gruñón, tiernamente compuesto por Darín, vivirán como una extraña pareja, como un dúo de mímicas y de sobreentendidos saludables.

El chino parece que va a cambiar todas esas vidas, y casi lo logrará-

Si no fuera por el absurdo de la historia, nos encontraríamos con una de esas películas argentinas que no sabemos si terminaron efectivamente cuando vemos los títulos, con historias menores, bien contadas, con actuaciones sólidas, pero sin guión.

Acá hay guión, hay trama, hay relato y hay ritmo cinematográfico.

Hizo tres películas, muy espaciadas en años, es hora que nuestra industria apueste a estos directores.

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