To kill a Mockinbird

Matar a un ruiseñor

La maravilla de un relato clásico poderoso, tierno y enigmático





9 Butacas


Harper Lee adaptó su muy vendida y ganadora de un premio Pullitzer novela para la versión cinematográfica en 1962, la había publicado en 1960 y enseguida produjo una conmoción en la lectura. Lo que todos pensaban que iba a a ser un próximo paso seguri, que compren los derechos para filmarla, no entusiasmó a la industria, que no encontraba una historia de amor, o un guiño que justifique una producción.

Así que la película se la debemos a la aventura de un productor independiente (Allan Pakula) y al director Robert Mullingan (que unos años después nos regalara Verano del 42).

Con una maravillosa banda de sonido de Bernstein y la presencia (que le valió el Oscar) de Gregory Peck en la piel de Atticus Finch, la película nos lleva a la década del 30 en Alabama, pleno corazón de la disputa racial en los Estados Unidos, a la vida de un abogado viudo y sus hijos, que con su parsimonia, su sentido de justicia y su heroismo a toda prueba, aceptará la defensa de un joven negro acusado de una violación.

El relato es impecable. Es tan conmovedor y poderoso, que nos hace cambiar el chip de la velocidad enseguida, y nos entregamos a esa historia contada de manera más parsimoniosa, con tiempos de silencios y relatos parcos pero profundos, sin apuro alguno, dejando que la historia vaya transcurriendo a pesar de que podamos intuir para dónde va a ir todo el tiempo.

No importa, al estar contada desde la mirada de la hija de Atticus (Scout) todo se teñirá de inocencia, de melancolía y de juego. 

Pero el otro relato, el que vamos adivinando a través de esa mirada, es un cuento despiadado de odio racial y de clase, de depresión económica y de vidas rurales demasiado básicas y del intento de un padre sabio por educar valores a sus hijos a pesar de todo.

Y como en los relatos que valen la pena, no es una sola línea argumental la que tenemos enfrente, son varias historias que se van insinuando y se cruzarán al final, en una mezcla de preocupación y felicidad.

Los dos hijos de Atticus (Jen y Scout) están acompañados por Dill, otro vecino que solo se les une unas semanas en los veranos cuando va a casa de su tía, y que cuentan que está basado en la niñez de Truman Capote, que era amigo de la infancia de Harper Lee.

Es además el debut cinematográfico de Robert Duvall, que hace un personaje (Boo Bradley) que será ominpresente pero que aparecerá, sin hablar, al final de la película.

Es para verla y verla y verla.


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