La Cordillera

La Cordillera

Técnicamente, de lo mejor de nuestro cine. Correcta en todos los rubros, débil en un guión que da demasiada vuelta para llegar al momento de una decisión que modifica destinos.


6 Butacas



Siempre es así, ¿no es cierto? Una decisión es un proceso, nunca, o casi nunca es un estornudo, un arranque, aunque sea de intuición.

Darín es Hernán Blanco, el presidente de Argentina, "un hombre común" dice su slogan de campaña (con responsabilidades importantes agregaría esta página) y en esa piel Darín cumple. En realidad en casi todas las pieles, pero en esta, la del político que es en apariencia un tipo noble, pero que su silencio encierra ruidos infernales, lo compone muy bien con sus silencios y sus leves, muy leves muecas.

Tiene por delante una Cumbre de presidentes de la región en un perdido hotel en medio de la nieve cordillerana, en Chile, y hacia allí va con su pequeña comitiva, compuesta de esos personajes reconocibles de cualquier entorno presidencial. Gente de confianza que habla con confianza y que todo lo saben.

Hasta ahí la intimidad del poder, bien contada por la historia. La casa de gobierno, sus pasillos, la influencia excesiva de los medios y el estado de dependencia de lo que dicen o no dicen para modificar el ánimo del mandatario.

Esto es interesante para el gran público, porque recrea muy bien algo que se parece bastante a la realidad, al menos la que esta página reconoce como tal.

Entonces está esa intimidad del poder bien resuelta.

El problema de la película es que no sabemos para qué nos cuentan eso. O no se entiende del todo.

Se sucederán dos grandes temas, una negociación muy importante que requiere de balances de poder entre presidentes (que lo tendrá a Blanco en medio de las grandes potencias de la región, México y Brasil) y un episodio doméstico, una crisis de la hija del presidente y un potencial escándalo con su marido (con el que ya no vive).

Esos dos mundos, el público (que en realidad lo vamos forjando a partir del mundo privado vinculado con el poder) y el personal, que se va develando un tanto siniestro, irán conformando la psiquis de un hombre del poder, que moldea la realidad a su moral y la explica (en dos entrevistas con una periodista extranjera muy incisiva) con sus palabras de manera contundente.

A grandes trazos esa es la historia.

Es forzada la atmósfera personal, el conflicto, incluso recurriendo a la ayuda de un hipnotizador para llegar a contar un dato relevante.

Es forzado, aunque en el contexto, por lo moroso de los acontecimientos, ayuda.

Lo político es mucho más fácil, es brutal, y cierra como anécdota.

Lo más interesante, si hubiera acompañado el libro estamos hablando de una gran película, son el manejo de la cámara, sobre todo en las subjetivas del presidente, siguiéndolo en sus desplazamientos por encima del hombro como acompañando, el procesamiento del sonido (impecable) la banda sonora compuesta por Alberto Iglesias, y algunas imágenes impactantes y cuadros perfectos.

Hay momentos muy Hitchcock en este sentido, acompañados por la música.

Pero le falta guión, historia.

De todas maneras, la factura final, aunque uno se encoja de hombros ante la pregunta "...y, qué tal...?" es aceptable.

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