Un gallo para Esculapio

Un gallo para Esculapio

De lo mejor de la producción nacional de los últimos años. Todo, guión, dirección, producción y actuaciones, al servicio de una historia en los márgenes. Una especie de "Sons of anarchy" conurbana con ribetes de grandes momentos.


9 Butacas



En la que todo es creíble. 
Las historias adentro de la historia central, que tiene a un chico misionero (Peter Lanzani) recién llegado a la Capital y a un viejo caudillo del hampa (Luis Brandoni) empiezan, justo en ese lugar que apenas vemos de costado cuando pasamos por la General Paz a la altura de Linares, por poner un caso.

Esos lugares que parecen decorados, por calles que nunca bajamos, y que son, en sí mismos, mundos complejos, con sus códigos, sus costumbres y hasta casi un lenguaje propio.

Todo el equipo responsable de esta fabulosa producción, es profesional en eso de contar historias de los límites, desde la ya clásica Pizza, birra y faso con la que Bruno Stagnaro el director, saltó a la fama mundial, hasta los productores, los hermanos Ortega, que vienen experimentando con éxito ensayos viscerales.

Pero acá hablamos de otra cosa, un escalón de calidad más arriba de todo, y es creo, el resultado de la no subestimación del espectador. 

Ya no basta con mostrar los modismos, los giros del lenguaje, la convivencia de tribus conurbanas destinadas al crimen en sus más variadas formas. Eso ya lo vimos. En esta historia hay un guión superlativo, que no necesita remarcar todo el tiempo que quiere imitar a la realidad, no hace falta, ya lo sabemos, podemos prescindir de eso, la historia es lo interesante.

Y la manera en la que está contada.

Nelson es un joven misionero que llega a Linares en busca de su hermano mayor.

Lo primero que le pasa es que lo engañan y le roban el teléfono, el único dato concreto de la existencia de su hermano. A partir de ahí, atando cabos azarosos, Nelson se hará un lugar, un camino, en medio de una jungla demasiado peligrosa.

Viene con su gallo, un campeón de la riña, invencible y compañero.

Ellos dos, solos contra todos, irán hilvanando una historia apasionante a la que no le sobra ni le falta nada.

Buen guión, muy bien filmada, y con actuaciones, en todos los niveles, de gran calidad.

Desde la sorpresiva (ya no tanto) buena interpretación de ese misionero desprevenido, que se basa más en silencios que en un acento y fraseo de excelente factura. Más en gestos que en palabras y acciones. Hasta el seguro que significa tenerlo a Luis Brandoni, que compone al Chelo Esculapio, un jefe de banda de piratas del asfalto que maneja con soltura la dualidad entre el submundo y el barrio cerrado en el que vive una vida apacible de clase media alta con su esposa 30 años más joven.

Será esa dupla central, ese desarrollo de una relación entre amos, basada en encuentros y códigos y afecto, lo más interesante de la serie.

En los secundarios, están todos bien, se destaca Luis Luque, en un papel que conoce y en el que se mueve sin problemas.

Y todo el resto del elenco, desde la pandilla de maldicientes que trabajan a las órdenes de Esculapio, hasta la abogada y los policías.

Un lenguaje extraño, unos códigos del hampa que van desapareciendo, un mundo demasiado hostil para los viejos capos, en el que las lealtades se ponen todos los días a prueba.

Lo bueno de la historia, a diferencia de otras de los mismos responsables, es que no pretende ser admonitoria, no quiere contar nada ni edulcorado ni demasiado salvaje. Y de esta manera, sin pontificar, sin juicios morales, la historia puede fluir sin tener que detenerse a explicarse a sí misma, y eso es muy bueno.

Además porque no hay excesos más que los creíbles, que los que la historia pide y necesita.

Buenas actuaciones, el marco despiadado de los márgenes conturbados, la vida interior de una banda de piratas del asfalto, buena banda de sonido, imágenes increíbles, y sobre todo, un guión que no baja en intensidad y que nos hace desear ver el capítulo que sigue.

Valen la pena todos y cada uno de los capítulos.

Comentarios

Entradas populares