¿Podrás perdonarme algún día?

¿Podrás perdonarme algún día?

Lee Israel (Melissa McCarthy, la queremos?) vive una vida al límite de la indigencia. Es escritora, pero no pudo pasar de unas cuantas biografías de pocas ventas (aunque reseñadas en New York Times) hasta que el azar le cruzó una apuesta, a chance, y la tomó.



7 Butacas



Entre las cosas que se pueden ver revolviendo la oferta de los distintos streamings está esta película de 2018 que cuenta esta historia de desesperados que juegan a todo o nada en el circuito literario de Nueva York, tan sofisticado, competitivo y tan vulnerable.

La película está basada en un diario de la vida real, Lee Israel conoció una fama efímera, y cuando la gente que decidía biografiar de acuerdo a sus propios gustos e intereses, no eran del interés del gran público, sus libros se espaciaron más y comenzaron los problemas para subsistir. 

De muy mal genio, vivía sola, rapiñando pequeñas ventajas callejeras, yendo a fiestas solo para poder llevar comida a casa escondida en los bolsillos, y con un aspecto cada vez más desgraciado.

Todo se retroalimenta, esa estrechez potencia el mal carácter que potencia que no le den nuevas chances (nadie tiene ganas de ayudarla) y así hasta la desesperación.

Un alma perdida y en pena, que encuentra a otro vagabundo también desesperado, que gana sus pocos dólares con venta minorista de drogas y llevando una indigna decadencia gay.

Esas dos almas están destinadas a encontrarse, y lo hacen para, desde sus miserias, cooperar y hacerse compañía.

La primera buena sorpresa es la Melissa McCarthy en este tipo de roles.

Esa relación es el nudo dramático central de la película, y está resuelta de manera grandiosa por dos actores sensacionales.

Un hecho fortuito, encuentra una carta manuscrita en un libro en el que estaba haciendo investigación para su próxima y demorada biografía, la tienta para robarla y llevarla a su casa.

De ahí a intentar venderla para pagar el alquiler hay solo un paso.

Lo hace, nota que es relativamente sencillo, y con esa excusa monta un trabajoso y complejo esquema de producción de cartas de autores célebres.

Ahí está parte de la magia de su arte. Los conoce, los estudia (Noel Coward por ejemplo) hasta que puede predecirlos, anticiparlos, escribir como ellos.

Así Lee se autoconvence que lo suyo es una creación, una forma de literatura, que lleva felicidad a coleccionistas adinerados que no reparan en la veracidad de las cosas sino en su pasión por coleccionar, y arma una rueda que no para.

Pero, como siempre pasa en las películas de Estados Unidos (aunque a veces no sea tan ajustado a la verdad) el crimen paga, y Lee Israel será descubierta.

Más allá de los datos biográficos, de los matices de la composición actoral, la película es incómoda, el personaje protagónico nunca nos deja relajados, no podemos ser empáticos con esa mujer desagradable, pero aprendemos a ver su lado humano, su necesidad y sus carencias más duras.

Una pareja central protagónica de alto vuelo para contar una historia menor pero atractiva. Un retrato de la soledad que no endulza nada.



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