Los sonámbulos

Los sonámbulos 

Una película de capas y de climas. Un arranque inquietante nos mete de lleno en las vidas de las mujeres de una familia como cualquier otra, que oculta cosas complejas, como cualquier otra.


6 Butacas



Esta producción argentina de 2019, dirigida por Paula Hernández, arranca con una escena inquietante, en un departamento en penumbras, hay indicios de que algo pasó, no sabemos bien qué es y hay una mujer que busca en esa penumbra. Hay rastros de sangre (pensamos de inmediato en algo vinculado con el terror) pero al rato vemos a una joven, parada desnuda frente a la puerta del ascensor. Es sonámbula, es adolescente y es sonámbula, como otros miembros de su familia, veremos más tarde.

Después de ese arranque extraño nos vamos a una casa de campo, grande y descuidada, lo que antes fue la joya de una familia de buen pasar, hoy es un problema para mantener sin que se caiga a pedazos, y es la residencia de la matriarca de esa familia que allí, como siempre, pasará las fiestas de fin de año. Todos juntos.

Marilú Marini es Memé, la madre, y sus hijos son Luis Ziembrowski, Daniel Hendler y Valeria Lois, componiendo a tres hermanos que no tienen nada que ver uno con el otro, con vidas y trayectorias distintas, con mucho que reprocharse unos con otros por sus formas de vida y sus decisiones.

Luisa, el personaje que compone con gran despliegue dramático Erica Rivas, es la esposa del personaje de Luis Z, y mamá de la adolescente compleja y cerrada de la primera escena.

Pero lo que se desarrollará en esos días de fiesta es otra cosa, los personajes se irán relajando, producto del alcohol a veces, y se irán revelando los hilos invisibles que sostienen la relación entre ellos, las viejas cuentas sin saldar, los viejos rencores.

Los matrimonios a punto de desaparecer, las tensiones de viejas historias cruzadas, todo de manera sugerida y contenida, sin estallar, sin comprometer ninguna de las tradiciones ni los climas para que todo fluya, para que sea un año más de estar juntos, para no romper lo que ya viene frágil.

A los tema velados, las tensiones de Luisa y Meme (que la destrata o ignora) se suman la indiferencia de la hija que no se despega del teléfono y no se comunica ni con su madre ni con su padre, el matrimonio de Luisa que está muy estresado y la llegada del sobrino más grande de la familia, hijo de Hendler, que es rebelde, que no vive con ellos ni con sus costumbres, que ha salido de la órbita familiar por sus desarreglos y ahora llega para comenzar un extrañísimo juego de seducción con su tía y con su prima.

Tensiones veladas y evidentes que hacen que la historia se vuelva por momentos insoportable de fingida.

Todo se va poniendo más y más complejo, va creciendo el conflicto de manera sutil y muy bien llevado, hasta que los enojos pasan a las discusiones y las discusiones a las peleas a la violencia más desgarradora.

Sonámbulos parecen ser todos en la familia, que andan por la vida como en un ensueño permanente sin afrontar los temas, tapando y adornando para que nada se salga de madre. 

Al final, un hecho que no por anunciado no sea menos escalofriante y complejo, pone todo definitivamente patas para arriba. Corra todos los velos y haga que salga lo peor de cada uno.

Ese ambiente tranquilo del campo se convertirá en un infierno complejo y dramático, con personajes que dejan su pasividad de la manera menos esperada y con un reencuentro madre hija después de la tormenta.

Una película intensa, pero a la vez sutil, que nos va llevando de la mano en un increscendo de emociones, que nos mete en las vidas de estas mujeres que no saben, que no pueden decir qué les pasa, que están sometidas a un modelo que las ahoga y del que no les es fácil salir.

Buena película, con buenas actuaciones y muy incómoda en todo momento.

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