Distancia de rescate

Distancia de rescate

No siempre traducir un libro a lenguaje cinematográfico resulta tarea sencilla. La mayor parte del tiempo, alguien tiene que explicar cosas. Distancia de rescate logra lo más difícil, captar el alma de la novela que le dio origen a esas imágenes.


9 Butacas



Es que la novela de la multipremiada Samanta Schweblin no es una novela sencilla. Es básicamente un relato perturbador, que te asfixia, que te confunde, que te lleva de la mano a pesar tuyo, y te plantea un juego del que es difícil salir. Es una de esas novelas que, por su estilo, por su construcción y duración, hace que sea muy difícil de dejar. Se lee de un tirón, pero es un tirón que te deja exhausto, y del que solo hacia el final, te brinda las herramientas para entender qué te estuvo pasando todo ese rato.

La película entonces tenía este desafío, nada menor, de llevarte de la mano contando poco, dando señales, yendo y viniendo en el tiempo pero sin revelaciones contundentes. 

No es un texto lineal, y la película tampoco lo es.

Tiene un costado potente que es profundamente ambiguo, onírico, sensorial, y está plasmado en la pantalla con una belleza y una parsimonia inusual. Sin embargo no es una película lenta, está hecha de silencios, pero son silencios que no incomodan.

Hay una narración en off todo el tiempo, que mágicamente uno es capaz de escuchar leyendo la novela, y es esa sintonía la que la hace única.

No quiero decir que sea necesario leer la novela porque de lo contrario la película no se entiende, no es así, la película tiene un registro único y propio, mezcla de un terror que no llega a serlo, de un suspenso que no llega a plasmarse, de un erotismo contraído, que la hace bella desde las imágenes y desde la narrativa.

Todo es sugerencia, en la manera de construir la historia que tiene la directora Claudia Llosa, todo es medio tono.

Las dos actrices que se ponen en la piel de esas dos madres, que cruzan sus vidas cuando una decide pasar un tiempo en una casa de campo con su hija, son soberbias. 

Tanto la Amanda de María Valverde (a quién ya ponderamos en La Araña, chilena, hace un tiempo) y la Carola de Dolores Fonzi, son dos madres jóvenes, cruzadas por los miedos para con la crianza de sus hijos. Esa distancia de rescate calculada todo el tiempo, ese hilo invisible que separa a las madres de sus hijos, para saltar y llegar al socorro en el momento de peligro, ese delgado tendón, es una construcción imaginaria perfecta, reflejada en la película con una tensión logradísima.

Entonces la alquimia nos trae dosis de terror sugerido y belleza explícita, de tensión permanente, tejiendo una historia oscura, que se hace de voces sutiles, de ecos, pero que irá mostrando muy de a poco lo peor de lo peor.

Inimaginable.

Es un hecho estético. Es belleza. Es lo inminente que no termina de suceder.

Es todo nuevo en esta película. Un género nuevo. Un nuevo terror latinoamericano, una mezcla extraordinaria.


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