Moulin Rouge en Broadway
Moulin Rouge en Broadway
El teatro, especialmente el musical de Broadway, es un género metódico, preciso, que tiene necesariamente que fingir todo, hasta las emociones, porque necesita de un mecanismo tan ajustado que deja poco espacio para la improvisación o la desatención.
7 Butacas
Lo interesante de esta puesta es que el teatro está volviendo, por eso la experiencia es para compartir.
Elegimos la obra ganadora de 10 Tony Awards, en una cartelera que todavía está a media máquina, con la certeza de la vuelta, pero haciéndolo de a poco, ajustando protocolos y logística.
EL teatro Hirschfeld está en calle 45, pleno corazón de esa zona mágica que es Broadway, ese faro del espectáculo mundial, en el que las producciones cuestan millones de dólares, y los éxitos y las frustraciones escriben páginas y páginas.
Pegarla allí es además de los premios y la satisfacción, un negocio, pero para eso todo tiene que salir bien, tener un buen guión, un buen elenco, un buen teatro, y así.
No es distinto a otros lugares del mundo, pero si lo es. Quiero decir, hay demasiadas miradas sobre el producto, porque lo que funcione allí, puede convertirse en un clásico eterno, como lo son El fantasma de la ópera o Chicago, que llevan años y años en cartelera con espectadores de todo el mundo, que la ven y tildan en su casillero de cosas para hacer en la ciudad, como antes hicieron con el Rockefeller Center.
Moulin Rouge toma la película de Luhrmann y la transforma en un espectáculo de varias capas, pero por sobre todas las cosas, en un golpe a los sentidos.
Porque la obra pega en varios planos, un vestuario y una escenografía poderosas (con cambios de clima de impacto visual interesante) que nos llevan a una época que tiene además que ver con nosotros, esos días en los que París y Buenos Aires eran unas hermanas que hacían cosas juntas, en las que el tango, la bohemia y los artistas cruzaban de una ciudad a la otra con las mismas herramientas y los mismos sueños.
El director logra un despliegue de emociones, dominadas por la sensación (a veces al límite del empalague) de enamoramiento que viven Satine y Christian (la pareja protagónica, escritor de canciones el, estrella del cabaret ella) y un elenco de mucha solidez que acompaña y embellece.
La clave, como lo fue en la película, es ir contando esas emociones a través de canciones, las originales y las canciones populares que entran en la trama y hacen que se vivan los mejores momentos del show. Porque se eligen otras canciones a las que se eligieron en la película, y eso hace que la gente reaccione de la mejor manera, porque vincula esa historia con una realidad más cercana y cotidiana.
Lo otro interesante es la mecánica de ir al teatro, como no están todas las obras estrenadas (se prevé que la temporada fuerte arranque en Febrero 22) y se anuncian tanques interesantes, con actores de mucho nombre para lo que viene, las obras que ya se pueden ver están muy demandadas, con lo que es difícil conseguir las mejores ubicaciones.
Pero se consigue, por esa magia de las multiboleterías que hoy significa poder comprar los tickets por varios canales online.
Para ingresar al teatro hay que mostrar el esquema de vacunación completo, y hay que usar la máscara todo el show.
Una experiencia extraña, aunque el aforo es total, no se siente raro estando de nuevo entre tanta gente, sobre todo por los cuidados que cada uno tiene usando correctamente la máscara y tratando de no hablar.
La puesta es opulenta, de enorme impacto visual y desmesurada, lo que está interesante porque es lo que uno va a buscar, show pleno en estado puro, golpes al mentón todo el tiempo, alguna risa que explota y mucho mover de las piernas siguiendo el ritmo.
Los premiados Aaron Tveit como Christian, y Natalie Mendoza como Satine, son un dúo de potencia interpretativa interesante, aunque no sea fácil de creer un amor entre ellos.
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