The Fabelmans

The Fabelmans

Magia y cine, jóvenes que actúan bien, música para encantar, momentos de tensión y de ironía, aventura medida, en definitiva CINE, en definitiva SS, Steven Spielberg.


7 Butacas



¿Cómo y cuándo nace el talento? ¿Cómo nos damos cuenta que algo está a punto de suceder? ¿Cómo dejamos que suceda? son algunas de las preguntas que se hace la película, una más en la carrera de Steven Spielberg, ligeramente más melancólica y sensible que otras.

Los Fabelman son una familia judía de clase media que va creciendo a medida que la computación se va adueñando de todo. El papá de la familia (un correctísimo Paul Dano) es ingeniero en informática, son los años 50 y el despertar de ese mundo hace que vaya creciendo en su trabajo y a la vez que se vaya mundando de ciudades con toda su familia, casas más grandes, pero a la vez desarraigos y menos presencia en casa.

Está casado con Mitzi, personaje interpretado por Michelle Williams, que es una conceritsta de piano que decidió poner en segundo plano su carrera para que crezca la de su marido. 

Tienen tres hijos y el mayor, Sam, es el foco central de la historia.

Porque una noche lo llevan al cine, y va a ver ahí una escena de un tren embistiendo a un auto que se grabará en su mente, y de alguna manera será el disparador de su vocación.

Pero la historia corre en paralelo con la de su familia, sobre todo la de su madre, ya sabemos que el padre es buen tipo y dedicadísimo a su trabajo y a ellos, pero su madre necesita otra cosa. Otra adrenalina que ya no tiene y que de alguna manera consigue a partir de la relación que lleva con un amigo de su esposo, y una especie de tío de los chicos (personaje interpretado por Seth Rogen, muy medido a las órdenes del gran director).

Esa vida de cambios de casas, de adolescencias en escuelas distintas, de crecimientos desparejos, de comprobar que su madre no ama tanto como parece a su padre, serán los ingredientes extras en la formación de Sam, que definitivamente tiene talento para hacer películas y sobre todo, para decir cosas a partir de lo que filma.

Hará las películas familiares, descubrirá su propio mundo a partir de lo que capta su cámara, las de la escuela, que le servirán para que todos vean qué es lo que piensa de algunos de sus compañeros. Será a través de esos montajes, de esos encuadres, que dirá cosas que no dice en la vida.

La película entonces es sobre el cine, es sobre las vocaciones (el padre por ejemplo no cede hasta que ya no puede resistir a eso de que su hijo no haga algo últil) y sobre una familia atavesada por las cosas que atraviesan a las familias, las disyuntivas laborales, el tiempo que se dedican unos a otros, el amor entre ellos.

Es una película 100% Spielberg, con algo de autobiografía y sus escenas bellas y buenos actores (sobre todo los más jovenes).

Al final, en otro guiño autobiográfico, Sam es convocado por una cadena para dirigir en TV, y tiene la oportunidad de concoer a John Ford (hermosa interpretación de nada menos que David Lynch) que le da al joven una lección de cine que no va a olvidar.

Es una película que nace para clásica, que es bella por dónde se la mire, que no es para nada condescendiente y deja sinsabores, pero que ahonda en eso de los talentos y cómo los hacemos crecer.

Una belleza simple y con destino de clásico.

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