Kingsman: The golden circle

Kingsman: The golden circle

Un Bond privado, que se reinventa en una cruce del Atlántico para hacer más mundial su alcance y su desventura



6 Butacas



Un James Bond con una alta dosis de ironía, humor inglés del bueno y sin los límites que impone atarse a una franquicia histórica que no puede desafiarse, eso es Kingsman.

Ya los habíamos visto en acción en la primera versión, tras la fachada de una sastrería de la calle Saville Row en Londres, una organización secreta y supertecnológica para luchar contral el mal, cualquiera sea su formato.

Retoma la historia casi adonde quedo en la primera entrega, el novato que se hace agente y es el centro de la escena (un dúctil Taron Eggerton), su inminente casamiento con su prometida, la hija de un rey escandinavo, y todo un universo que fluye entre cosas de espías, hasta que sobreviene un ataque inesperado y todo Kingsman se convierte en escombros.

Solo sobreviven 3, Merlin (el siempre correcto Mark Strong) y Colin Firth, en la piel de Harry Hart, el agente que lo reclutó y su jefe y mentor.

Activan el protocolo para estos casos (hay uno para cada cosa) y para su sorpresa descubren que hay un modelo igual de agencia pero en Estados Unidos, tras la fachada de una destilería que produce Bourbon, en lugar de trajes, y con una serie de agentes muy especiales.

Ahora si, cobijados por sus primos yanquees, muy sureños, muy vaqueros ellos, irán contra un enemigo común, las drogas de diseño y el impero de la malísima Poppy, encarnada por Julian Moore.

Elenco multiestelar, que incluye a Hale Berry, Jeff Bridges, Pedro Pascal (si, el agent Peña de Narcos) y hasta un cameo increíble de Sir Elton John, para dos horas casi y media d entretenimiento puro.

Es cierto, es un poco larga, es cierto no ofrece sorpresas ni dobles lecturas, es cierto hay mucho despliegue de tecnolgía para las escenas de acción, pero no es menos cierto que te mantiene atento y en la punta de la butaca.

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