Los enviados

Los enviados

Paramount+ hace su ingreso a las plataformas de streaming con una apuesta potente, Juan José Campanella como showrunner y una historia de razón y fe, de crímenes y pecados ambientada en el mágico corazón de México.


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Las apuestas son varias, Campanella es un realizador sensible y a la vez conoce la industria como nadie de estos barrios, es decir, es capaz de entregarnos un producto que no deje huecos, que nos llene el ojo desde lo visual, desde el ritmo para narrar, y desde la sorpresa en la historia, combinado con pinceladas que solo puede entregar el conocedor del barrio, de nuestra cultura latinoamericana, porque es un producto profundamente nuestro.

La Iglesia, el Vaticano, siempre fueron tentaciones para contar historias con costado oscuro, de esos que no se pueden contar o que abordarlos está mal visto. Entonces es aún más desafiante, porque hay que contar una historia que debe discurrir por los bordes, que no va a ofender, pero que va a insinuar y que no requiere que uno sea muy devoto para entenderla, pero tampoco un desconocedor total de las reglas de la iglesia.

Viene digerida, podríamos apreciar.

Son dos sacerdotes, uno que viene directo desde el Vaticano, pícaro, bastante mundano, muy de estos días, de gran carisma (el Padre Simón, encarnado por Miguel Ángel Silvestre) y el otro mexicano, conocedor de su tierra, un brillante sacerdote médico, de familia adinerada (el Padre Pedro que compone Luis Gerardo Méndez, a quién destacamos en su rol de policía en la última Narcos de Netflix), que van a llegar enviados a un pueblo rural de México para estudiar un caso de milagros que tiene movilizados a todos, el cura local fue capaz de volver a la vida a varios residentes.

Allí irán los padrecitos a tratar de comprobar o desenmascarar al impostor, cuando se van a topar con algo mucho más grande y complejo, una trama de locura y tradición, que involucra exorcismos, magia y algo de perversión.

La historia jugará con una tensión permanente, y lo hace bien, la de imaginar cosas que hacen esos curas (con la protección del obispo local) sin supervisión ninguna, y con el aval del vaticano.

Pero como tiene un costado políticamente correcto, la historia nunca será tan perversa, aunque lo que se practica allí sea oscuro.

El relato tiene ritmo, está muy bien lograda la tensión y el suspenso que deben ir de capítulo a capítulo, pero la historia no tiene un desarrollo progresivo, hay como un bache narrativo en los capítulos del medio, como si le sobraran dos o tres.

Porque casi que nos va a revelar todo en el último capítulo!, es cierto con un giro interesante, muy bien logrado, pero que llega en un momento en el que estamos procesando mucha información (que se acumula para el tramo final) entonces de tan sorpresivo, requiere de mucho recordar y mucho desandar para que nos cierre la propuesta de resolución.

Eso que fueron a buscar los especialistas resultó ser otra cosa, más oscura, más compleja, y sobre todo, más inesperada.

Son interesantes las historias que tienen a la Iglesia como protagonista, porque nos hacen debatir todo el tiempo (en este caso es bastante explícito en el guión) entre lo racional (de alguna manera encarnado por el Padre Pedro) y lo visceral, lo emotivo (el Padre Pedro es el que lo sintetiza), y además con el poder y lo no dicho.

Es una historia más interesante que sólida, hay algo que no termina de funcionar en el guión, pero que se compensa con buenas actuaciones y una puesta profesional y muy atractiva.

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