The tragedy of Macbeth

The tragedy of Macbeth

Joel Coen hace un Macbeth tan potente, tan a la altura de toda su carrera, que parecería que estuvo entrenando toda su vida de cineasta para lograrlo.


7 Butacas



No es fácil entrar al mundo de Shakespeare con medida, sin sobreestimaciones ni exageraciones a la hora de adaptar. Encontrar el equilibrio entre una puesta que refleje la obra original y la tentación de adaptarla para que sea digerible en tiempos de redes sociales y nuevas formas de comunicarnos está siempre ahí, de hecho estamos rodeados de estas obras "inspiradas en..."

Pero no es el camino que elije Coen, por el contrario, va a buscar el texto, le hará retoques que exige la narrativa, pero lo insertará en un esplendor visual poderoso y atrapante, un mecanismo cinematográfico que envuelve y a la vez fascina.

De eso se trata dirigir, el texto está ahí, no hay spoiler posible con una obra que fue escrita en 1606 y tiene cientos de representaciones, el desafío es saber contarlo de manera que no traicione su esencia y a la vez transmita cosas desde esa misma puesta.

Lo más interesante, lo que hace olvidar que tenemos que predisponernos a escuchar parlamentos no habituales por lo largo, por lo complejo de la estructura de su lenguaje, soliloquios, es la puesta en escena, la dirección de arte.

Unos decorados sobrios, de luces y sombras asombrosos, una economía de objetos exasperante, un matiz en cada rincón de la pantalla, un diseño de sonido y de vestuario de asombrosa sencillez, son la clave de esta película.

La fotografía es de lo mejor que se puede ver hoy en pantalla, se aprecia desde todos los ángulos, Coen juega con miradas desde arriba, desde abajo, planos inquietantes de los rostros (sobre todo de Frances McDormand y Denzel Washington los protagonistas) en los que podemos apreciar cada centímetro de sus sentimientos, de su crueldad, de su insanía, a partir de sus interpretaciones y de la dirección.

La historia es una historia de codicia, de ambición, de locura en algún punto, excesivamente violenta (da risa cuando vemos películas modernas y nos quejamos de los tiros) que derrama sangre por la pantalla.

El blanco y negro, cuidado, de gran belleza visual, hace que no nos distraiga nada, ni la ropa, ni los bosques ni el palacio, para que centremos la atención en ese texto sin edad, que parece decirnos que los males que exhibe y explica nos acompañan desde siempre. 

Todo funciona como un reloj, no necesitamos información previa porque la historia es tan actual como las luchas por el poder son tan vigentes y tan ventiladas en la cotidianeidad de las noticias.

Es teatral, pero a la vez profundamente cinematográfica, aunque exija que nos ajustemos a la declamación que ese texto necesita y que hoy, a fuerza de hablar con un vocabulario muy limitado y básico.

Tres brujas le dicen a Macbeth que va a ser el próximo rey de Escocia (también que los hijos de otro noble heredarán ese trono) lo que destraba la ambición de querer asegurar la llegada al trono y conservarlo para sí y los suyos.

El crimen del rey y del noble llegarán en medio de una ambición retroalimentada entre Macbeth y su esposa (Washington y McDormand) entre sus visiones y su conciencia, entre esos fantasmas y su conciencia atormentada pero sin remordimientos.

El final, violento y complejo, encausará las cosas, pondrá la ambición en su lugar y cambiará el destino y el trono.

Es un detalle, la historia es un detalle, el placer es ver esas actuaciones sin exageraciones, de enorme introspección y balance, en una puesta emocionante de tan poderosa.

 

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