Triangle of sadness

Triangle of sadness

La riqueza obsena, la belleza hueca, los roles impuestos en situaciones en las que las apariencias y las sonrisas mecánicas se imponen sobre todas las cosas, expuestas de manera brutal y violenta, en una película difícil de clasificar.


7 Butacas



Hay que resistir toda la duración de la película, porque es incómoda, porque si bien plantea situaciones que van eolucionando, parece aburrir los primeros minutos y parece que ese aburrimiento no nos dejará nunca.

Una pareja de modelos, lindos, hermosos, exponentes de la alta costura, las marcas famosas, arrancan la película en sus ámbitos de confort, en esos lugares adonde son adorados, uno, el varón, moedelando para un casting y ella en plena pasarela, en la que se destaca su belleza y sus piernas larguísiimas.

El tema es que cuando vamos por corte a su intimidad, una cena después de los flashes y el glamour, su conversación es vacía, monótona, aburridísima (tan bien logrado está que dudamos si seguir viendo la película). 

Todo su mundo pasa por detalles, una discusión sin sentido acerca de quién debe pagar la cuenta de la cena, los estereotipos, quién gana más de los dos en la pareja (ella claramente) y la nada misma. Vuelta y vuelta sobre lo mismo, una pausa, una distracción y el tema de nuevo. Insoportable y vacío, con parlamentos salidos de la boca de dos personas que solo son hermosas.

La segunda parte de la película amplía a más personajes y se desarrolla a bordo de un yate de lujo, un hotel 5 estrellas que navega, en donde los roles están definidos con límites muy precisos, y el dinero en exceso se nota en cada escena.

Un crucero para millonarios que no saben qué hacer con esos millones, solitarios, o en compañía de dos mujeres, viejitos tiernos ingleses que son fabriantes de granadas de mano, gente extraña que hace foco en cosas extrañas, uno que viaja con su esposa que a raíz de haber sufrido varios ACV no puede casi hablar y está en una silla de ruedas y personajes similares.

El contraste entre la cubierta y la zona de serivicios, el esmerado y patético team de servicio que interactúa con esos millonarios para complacerlos (hasta el absurdo) son lo mas bizarro de esta segunda parte.

Un capitán (Woody Harrelson) borracho y comunista (pero con dinero y culpa) completan un cuadro que se irá desmadrando a medida que pasa la película, con una cena de gala que termina (por la llegada de una tormetan de dimensiones) en una descompostura general de los pasajeros, y los toques escatológicos y se hacen difícil de ver por lo asquerosos, pero que marcan el hecho de que, en algún lugar, pobres y ricos hacemos lo mismo.

La tercera parte es más compleja aún, la nave es atacada por piratas, y todo explota, y se savan como náufragos en una isla solo algunos, el magnate de la mierda (el se llama así porque hizo su dinero con fertilizantes) la jefa de servicio, una indonesia que era la manager de los baños (literal) los modelos, la que no puede hablar, uno de los piratas y alguno más.

Ahí cambian los roles, y la indonesia, al ser la única que puede hacer cosas básicas (prender un fuego, pescar, procesar alimentos, cocinarlos) ya que nadie sabe hacer nada, será la que mande, la que se convierta en una jefa perversa y vengativa, llevando a todos a la tiranía más despiadada.

Una reflexión incómoda sobre la riqueza absurda, la banalidad y los roles establecidos por esa riqueza que no siempre es justo.

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