Las maldiciones

Hay algo con los textos de la exitosa escritora Claudia Piñeiro cuando van al formato película o miniserie como en este caso, se envuelve en historias vinculadas a la corrupción, mucho del deber ser, imaginando cómo funcionan esos sótanos del poder y del dinero vinculados a la política, pero generalmente lo hace desde los prejuicios y las suposiciones populares, pero sin agregarle ninguna capa de verosimilitud a las historias.



3 Butacas


Es como que compila leyendas urbanas y las exhibe como verdades.

Ya pasó con El reino hace unos años, cuando abordó la realidad de un Pastor que llega a ser presidente ocultando su pasado. 

Un gobernador de una provincia del norte del País, que fue juez y desde allí se lanza a la gobernación (es un protagónico de Leonardo Sbaraglia, quizá demasiado cercano al Menem que acaba de estrenar, casi que confundimos el acento) vive de alguna manera guiado por la presencia fuertísima de su madre, una especie de reina de ese paisaje polvoriento que compone Alejandra Flechner.

Una mañana un empleado, que después veremos que es muy cercano al gobernador, busca a la hija de su clase de natación, y en lugar de llevarla a su casa la secuestra.

Este es un rol que interpreta Gustavo Bassani, el Iosi de la serie que nos gustó tanto del espía arrepentido, acá con un papel algo similar también.

El secuestro tiene que ver con una votación que tendrá lugar al comenzar la semana, votación para que la provincia pueda explotar minas de litio o no.

Todo muy básico, muy lineal, muy en el foco de las teorías conspirativas y las fábulas alrededor del poder, los mitos urbanos, las cosas no dichas y mucho de los perfiles que suele crear el periodismo.

Sobre ese material Piñeiro construye esta historia. 

Pero no se queda ahí, para entender de dónde viene ese vínculo del secuestrador, antes mano derecha del gobernador y su familia, la historia nos lleva en el segundo capítulo a 13 años atrás, cuando el matrimonio del gobernador (que conforma con Mónica Antonópulos) invitan a su casa de Punta del Este a este secretario del juzgado para contarle el proyecto político y meterlo de lleno en sus vidas de una manera inesperada y nada sutil.

La historia entonces se traslada a otro plano, que tampoco convence.

La dirección está bien, es de Daniel Burman que sabe de esto, y tiene un aire de western polvoriento, con esos aditamentos tan argentinos en el desarrollo de la historia que parece que nos atrapan pero no terminan de hacerlo.

Los personajes, llevados tener que actuar esas fábulas populares, terminan teniendo parlamentos obvios y rozando el ridículo, los de Flechner, si bien ella es siempre verosímil, terminan en algo de caricatura por el exceso de su texto.

Quizá en una película algo más corta hubiese alcanzando, pero hay algo de base en la aproximación de la escritora a estos temas, algo que no profundiza, que no trabaja desde otro ángulo, algo que la lleva a contar historias como si fuesen amigos hablando con el del puesto de diarios.

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