Las Acacias


Las Acacias

Hay ternura, hay silencios (quizá demasiados) hay paisajes de los que nunca se muestran, hay costumbres, hay gentes simples y hay una historia que se va insinuando y que nunca termina de arrancar.

Las acacias se cortaron en el monte paraguayo y desde esa caída fuerte, ruidosa, demoledora y sistemática, partirán las maderas para un aserradero de Buenos Aires, desde el corazón del Paraguay.

De ese desierto que queda después de tirar los árboles, nace una historia simple, que se irá revelando muy lentamente pero que se adivina desde el primer momento.

El ruido del camión es casi una banda de sonido permanente, perforadora, creíble y le va dando al relato la candidez y el ancla con la realidad que necesita.

Rubén, el camionero, tendrá que hacer un favor a su patrón y llevar a Jacinta a Buenos Aires. Justo él, que tiene casi cronometrada sus paradas, sus meadas, sus cigarrillos y sus tragos de agua largos. Justo él tendrá que acceder, porque se lo pide su patrón, a traer a una extraña nada menos que por tantos kilómetros.

La sorpresa del encargo será Anahí, de 5 meses, sin padre, que vendrá con ellos.

Los tres empiezan un viaje por el litoral, de la tierra colorada a la panamericana, que los hará ir descubriéndose lentamente, contando sus soledades de a palabras mezquinas y mezcladas y dándose sonrisas a cuentagotas.

Y será nomás lo que pensamos desde el primer momento. Rubén, el duro, osco, barbudo, rústico chofer de circunstancia, se revelará solitario de a puro golpe de vida, tierno y deseoso de llenar sus viajes con alguna compañía.

Anahí pondrá los llantos, la ternura, la sonrisa y unos ojos increíblemente ciertos.

Jacinta una sonrisa plena. Diáfana. Gigante.

Los tres harán su viaje hacia un lugar que pronto les será familiar.

Muy premiada, por guión, por originalidad, por argentina. Es una película noble, no se si es buena o mala, uno la mira con una sonrisa insinuada todo el tiempo. Y eso está bueno.

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