Our kind of traitor

Our kind of traitor

Un Le Carré más accesible, menos críptico y el recuerdo de Hitchcock


6 Butacas

Son poderosas las historias de John Le Carré, tanto, que a veces tienen tantas puntas para seguir que nos perdemos en la maraña que proponen.

Siempre plagadas de intrigas, de gente que sabe más de lo que aparenta, de traiciones, muchas veces requieren de saberes previos o información que no abunda.

Y nos hace trabajar.

Esta vez, la historia tiene un origen que a su medida es un gran homenaje al maestro del suspenso. 

Porque utiliza uno de sus recursos preferidos, un tipo común, con una vida normal, se ve envuelto en una gran intriga en cuestión de minutos y de manera imprevista y por lo general, no querida.

Ewan McGregor es un profesor de poesía en la universidad de Londres, y pasa unos días de vacaciones con su esposa, una exitosa abogada, en algún exótico lugar. Una noche, en un restaurante exclusivo, comparte cena ocasionalmente con un grupo de exaltados rusos millonarios y desde ese momento, una sucesión de hechos inesperados, cambian el curso de sus apacibles vidas de manera definitiva.

Es que el ruso más exaltado, que habla a los gritos y descorcha botellas de 15 mil euros (siempre correcto Stellan Skasgard, River) le pedirá un favor inesperado, que entregue en su País de origen, un pendrive al servicio secreto británico.

En ese pendrive estarán datos importantes sobre las maniobras de lavado de dinero de la mafia rusa en Europa.

A partir de ese momento, involucrado involuntariamente en el proceso, todo se complicará peligrosamente, y el tranquilo profesor se verá en medio de dos poderes que se desconfían demasiado.

Esto es lo interesante de la historia. No requiere de saberes previos, de alta política, son dos grupos de poder que usan un eslabón débil, para negociar.

La historia fluye bien, los papeles están correctos (está muy bien Damian Lewis como Héctor, el oficial del servicio secreto de su majestad que se la juega sin permisos para seguir con el caso) pero tiene el problema de sobreactuar algunos pasajes, como que el profesor de una escena a la otra se arme para defenderse. No es algo que hagan todos los profesores de poesía, convengamos.

Pero se puede ver.

Es distinta, dentro de un género que siempre es atractivo, pero que no ofrece cosas nuevas.

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