Judy

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Simplemente Judy. Los últimos días de la vida de Judy Garland contados con precisión y mucho cariño para quien fuera icono del cine de todos los tiempos. Gran homenaje



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Hace unos años comentamos en este espacio una obra de teatro sensacional "Al final del arco iris" en la que Karina K, en la piel de Judy, nos desgarraba con su decadencia y su tristeza infinita.

Esta película retoma ese momento, fines de los años 60, la fama que la había acompañado y torturado desde muy chica ya no estaba, solo deudas y dos hijos chicos a cuestas, y la oportunidad de trabajar en Londres, adonde todavía era adorada, y de esa manera la ilusión de reencausar su vida (recuperar su casa, darle una estabilidad a sus hijos).

Renée Zellweger hace la mejor actuación de su carrera.

No solo por el trabajo físico (la delgadez, el peinado, los gestos) sino por la profundidad de las emociones con las que trabaja y con las que retrata a una mujer en los bordes de su propio abismo.

Hasta llegar esa oportunidad laboral (que tiene sus riesgos, porque si bien es cierto que el público inglés la dora, no es menos cierta la inestabilidad emocional y derivada de las borracheras de JG) se las arregla haciendo shows mediocres, en algunos de ellos involucrando a sus propios hijos en el escenario.

Su último ex marido, le propone que tienen que vivir con él, y ella que no los quiere dejar, se ilusiona con la posibilidad de una temporada que le devuelva la autoestima y le permita con esos ingresos un nuevo comienzo.

En la película, los flashbacks a su niñez, a los momentos con Micky Rooney, al Mago de Oz, son de una crueldad infinita. Desnudan lo peor del viejo sistema de producción de los grandes estudios americanos, en los años en los que se adueñaban de las vidas de sus estrellas y dirigían sus vidas, mucho más en el caso de los niños.

Mataban su inocencia, no les permitían vivir por afuera de ese mundo de ensueño para mostrarle a las grandes masas, conducían todo, desde los amigos hasta el amor.

En ese ambiente se crió Judy. De opresiones, de privaciones, de tensión infinita para una niña.

Y ese mecanismo de producción y destrucción acabó con su temple, y la llevó alcoholismo y los excesos de todo tipo.

Y a los fracasos sentimentales.

Todo está reflejado de manera brillante por el trabajo de RZ.

Esa ciudad que la recibe con los brazos abiertos (como lo hizo con tanto artistas en sus ocasos, como Laurel y Hardy) también está en guardia porque sabe que es inestable, y que lo que pagaron para verla no siempre puede resultar en un espectáculo completo.

Y así será.

Esos momentos en los que la preocupación por sus hijos que están lejos, la nostalgia, los recuerdos, la ilusión de volver a enarmorarse, y los sueños recurrentes sobre ese pasado que quiere olvidar y que tanto daño le hizo, se resuelven con vodka y pastillas, lo que determina que la fragilidad se vuelva más frágil y las canciones no siempre fluyan.

La película es un homenaje triste, complejo, que alterna el brillo del espectáculo y las sombras del artista.

Una película obligatoria.

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