Richard Jewell

Richard Jewell

Clint, eterno, es de esos directores que no solo son capaces de contarnos historias íntimas, personales, sensibles. Es capaz de mantener ese tono aún en los casos en los que sus personajes trascienden todos los límites de la privacidad y se convierten en populares, héroes o villanos.


8 Butacas




Y también es un director autor, marca con un sello que impacta, cuenta de manera entretenida y acompasada, y sobre todo, tiene una ética, una manera de ver el mundo que influye definitivamente en su producción.

Richard Jewell es un gordo bueno. Ese es el personaje central. Vive que su madre (impecable K Bates), quiere ser policía, es parsimonioso y sabe cuál es su misión en el mundo. Cuidar, hacer cumplir la ley desde cualquiera de los organismos que tienen la responsabilidad de hacerlo.

Quizá su peso, quizá su manera de ser, quizá la discriminación a partir de todos esos factores, su carrera no se jalona de manera suave, nada le es fácil.

Mientras se entrena, lee de leyes, se enfoca en ser un buen ciudadano, sus empleos giran alrededor de la seguridad privada.

Se toma todo muy en serio, no deja pasar detalles y por supuesto, es un dolor de cabeza para todos los relajados en sus funciones, policías, paramédicos, rectores de universidad.

El actor Paul Walter Hauser es Richard. Y lo encarna de manera magistral, un niño grande, un soñador, un marginal bueno, un hijo ejemplar.

Son las Olimpíadas de Atlanta, toda la ciudad festeja y Richard consigue un trabajo de seguridad en el Parque en el que se hacen todos los festejos, los conciertos, la música y la reunión de todos.

Estalla una bomba (todos la recordamos).

Su accionar es ejemplar, advierte, hace trabajar a los policías, los moviliza, corre a la gente, es el héroe de la noche.

Un héroe bueno. Un coloso ingenuo al que no tardan ni dos minutos en rodear, en acechar, en despedazar.

Interviene ahora el circo mediático, los abogados proponiendo contratos, las entrevistas exclusivas, el acoso.

Es el héroe nacional, todos quieren conocerlo.

Hasta que a los pocos días, cuando todo el circo está en marcha, un FBI desconcertado no tiene mejor idea que ponerlo como principal sospechoso de haber plantado el artefacto.

Da el perfil, extraño, solitario, vive con su madre. Encaja.

Y esos días de sentirse mansamente pleno por haber cumplido con su deber se convierten en la peor pesadilla.

Los mismos medios que lo buscaban para adorarlo ahora lo quieren hirviendo en aceite, usan las mismas fotos con distintos epígrafes, se convierten en caníbales.

Richard no pierde la calma, aún sabiendo que tiene todo en su contra. Pero tiene la fortaleza de los inocentes, juega el juego a pesar suyo, y es tenaz y consistente.

Eastwood habla de Richard, pero también de los medios, de lo que son capaces de hacer en las vidas de las personas, de su liviandad para tratar los temas más complejos, de la falta de escrúpulos.

Habla de lo que está bien y lo que está mal, y sabe de qué lado ponerse.

Habla del valor, de las convicciones, del honor.

Y también sabe de qué lado tiene que estar.

Son pocos los que no traicionan, pocos los que creen más allá de las evidencias, pocos los que toleran y aceptan al otro como es.

Es una película potente, tierna, justa, muy crítica.

Es una película de Clint Eastwood.

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