El nombre de la rosa

El nombre de la rosa

La clásica novela de Umberto Eco hecha miniserie. Con la posibilidad de contar la historia con más tiempo, se despega de la película del 86 con historias más dinámicas y atractivas.


8 Butacas


Aquella versión dirigida por Annaud es ineludible. Por su audacia, su manera obsesiva de contar y por la explosión que significó en su momento descubrir a Eco en audiencias masivas. Un experto en semiología que nos regalaba un libro de aventuras, de crímenes inexplicables, ambientados en un monasterio perdido.

Esta versión es más fiel al libro y puede explayarse más, son 8 capítulos para contar lo que la película hizo en un par de horas.

Y lo hace con los recursos de hoy, una excepcional cinematografía y unos decorados y ambientes digitales impresionantes.

Vale la pena a pesar de conocer el final.

Para como con la última versión de Crímen en el Expreso de Oriente del año pasado, ya sabemos todo lo que va a suceder, conocemos los personajes, lo que son capaces de hacer, lo que van a decir, pero nos dejamos envolver por la historia, por el paisaje, por lo convincente de los actores.

Esta versión (de la que John Turturro es artífice ya que produce y es responsable del guión para la miniserie) camina entre esos equilibrios y lo hace muy bien. No exagera, no se pasa de rosca con los efectos, mantiene el suspenso de una manera interesante y es capaz también de desarrollar sin exageraciones las historias paralelas a los crímenes extraños del monasterio, el conflicto religioso y una historia de amor secundaria pero poderosa.

Adso (suena a Watson, si) es un joven aspirante a monje que sigue a su maestro, el franciscano William de Baskerville (si, homenaje a Sherlock) a una misión compleja en un monasterio.

Han muerto dos monjes, y deben acudir a esa abadía perdida en la montaña a investigar y dar solución al Abad. Es el año 1327, y en paralelo se celebrará allí una reunión de congregaciones, con la tutela del poderoso inquisidor Bernardo Gui, y la amenaza de un cisma cercano.

Las muertes se seguirán sucediendo con la pareja de detectives en la abadía, y todo se irá complicando hasta llegar a revelar los misterios.

La obra de Eco es de tal complejidad de lecturas, de tanta carga simbólica, que no es nada fácil la adaptación del libro, o mejor dicho, de poder traducir en imágenes tantas capas de atractivo.

La miniserie se las arregla para mantener el suspenso, para dosificar las pistas, para fascinarnos con las imágenes y para mantener el interés histórico por los acontecimientos religiosos que describe.

Todo contado con grandilocuencia y gran estética, lo que la hace una obra de arte.

De todos los monjes uno, Jorge de Burgos, el bibliotecario ciego que ya sabemos a quién homenajea, y que es una delicia por lo complejo.

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