Lansky

Lansky

En una biopic, este es el caso, elegir el momento que cuente una vida es la clave. Esta película elige contar el ocaso del mafioso quizá más inteligente y aplicado de la historia del crimen organizado en los Estados Unidos, Meyer Lansky, el financista.


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La mejor razón para ver esta película es sin dudas Harvey Keitel, que compone a Lansky en sus últimos años, en su retiro silencioso y dorado de Miami en los primeros años 80.

Es un Lansky irónico, reflexivo, que tiene ganas de contar su vida porque sabe que debe ofrecer un relato alternativo y definitivo para que compita con los que están dando vueltas por ahí.

Sabe que todos lo vinculan con la mafia, más precisamente con el famoso sindicato nacional creado por Lucky Luciano, esa mesa en la que se sentaba Al Capone, Maranzano y tantos otros apellidos italianos, irlandeses y judíos que conocemos tanto de las películas y las viejas series como Los Intocables.

Lansky, que llega de pequeño a los Estados Unidos, de familia judía, se gana un lugar entre esos brutales capos a fuerza de cerebro, su mente matemática, calculadora, le abre las puertas de la organización, aportando lo que les faltaba, el blanqueo de sus operaciones, la legalidad aunque sea forzada de los ingresos que se obtenían por vías ilegales.

Lansky es quién aconseja no deshacerse de los que deben dinero, sino meterse en sus números, controlarlos, y vaciarlos. 

Es también quién ve antes que nadie el negocio de los casinos como una manera de blanquear de manera lícita, dando trabajo en blanco a miles de personas, asociándose con gobiernos (es muy interesante cómo narran la incursión en La Habana o el nacimiento de Las Vegas) y ofreciendo a la gente ilusión y entretenimiento después de la amargura de la guerra.

Lansky se cuenta a partir de una entrevista para un libro. En esos años en los que el final se acerca, el protagonista elige a un escritor del montón, que había tenido un éxito efímero con un libro y que desde ahí todo había sido barranca abajo en términos de éxito y de ingresos, para contarle su visión de las cosas.

Le interesan dos puntos fundamentales, decir que no conoció a los mafiosos que dicen que conoció, y que no tiene 300 millones de dólares de patrimonio como afirma el FBI que lo investigó por 30 años sin resultados positivos.

El libro tiene que ser publicado después de su muerte, es el deseo del protagonista, y no puede darse a conocer ningún detalle antes de la publicación, nada, debe haber un estricto control de ese aspecto, con la amenaza de negar todo.

La historia se construye entonces a partir de esa relación de dos personajes, el protagonista y su escritor. Y es quizá el aspecto más interesante, pero a la vez menos cinematográfico, porque es cierto que hay riqueza en esas escenas, pero también es cierto que no ofrecen atractivo visual ni dinamismo para la historia.

Hay por supuesto los clásicos flashbacks a la juventud de Lansky, en los días en los que hacía dúo con otro famoso gángster, Ben "Bugsy" Siegel (en el cine hace unos años interpretado por Warren Beaty), un tipo muy fachero, despiadado y cruel, al que le gustaban tanto las mujeres como matar.

Su idea de convertirse en un empresario que da trabajo y desarrollo, de alguna manera disimulando el origen de los fondos, es la clave de su tiempo y su figura.

Nos quedan algunos temas de esta biopic, el primero es verlo a Keitel que de verdad tiene 82 años, y eso es un fuerte golpe, el tiempo pasa, y el segundo, si bien es reposada, es siempre un genero interesante ese que repasa la vida de esos malandras que con los años y el cine, se enternecieron y convirtieron en personajes románticos y accesibles.

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