Cha Cha real smooth

Cha Cha real smooth

De la cantera suave de Coper Raiff, un antihéroe melancólico y moderno, que escribe, dirige y protagoniza esta película sin pretenciones pero efectiva.

8 Butacas



Raiff es un director, guionista y escritor de la nueva generación. Tiene 25 años y ya un nombre en la industria en el estante de los indies, esos artistas que tienen control de sus productos, que filman para sellos pequeños, y que pueden arriesgar con sus historias, porque no tienen pretención de romper taquillas.

Cuenta historias, lo que en estos tiempos no es poco.

Acá protagoniza, y es Andrew, un joven que tiene que cruzar la barrera, que se tiene que hacer adulto y ese momento no llega, que tiene que tomar decisiones de esas que en general llegan antes en la vida de los norteamericanos, pero que con 20 largos todavía no se fue de la casa de los padres, todavía no sabe qué es lo que va a estudiar, y todavía no sabe para qué es bueno y qué es lo que quiere para su vida.

Tiene una novia que tiene las cosas más claras y se va a Barcelona, tiene que juntar plata para ese viaje, tiene planes pero no terminan de encaminarse, entonces mientras tanto...

Mientras tanto consigue trabajo en una cadena de comida rápida, en un shopping, que le exige poco. Quiere juntar el dinero para el viaje, pero se le hace largo, quiere mudarse pero se le hace largo, todo le queda lejos.

La madre, la inoxidable Leslie Mann, no tiene muchas ganas de que su hijo vuele, aunque su nuevo marido, Brad Garrett, de alguna manera quiere que suceda.

Así que ahí está, compartiendo cuarto con su hermano menor, y a partir de esta relación se comienza a desplegar el centro de la película.

Es que están en época de los Bar Mitzváh, y todos los compañeros de su hermano los van celebrando al hilo, y como en el primero que van, que es demasiado aburrido, se le ocurre poner música y animarlo, los padres (que van todos) quedan encantados y lo contratan para los que vienen.

No sin problemas, no sin cosas que salen mal (algunas de comedia muy bien logradas) este personaje se irá haciendo entrañable por la manera que maneja esa relación con los adolescentes, por la forma de comunicarse con ellos y porque, de alguna manera todavía es parte de esa tribu.

En una de esas celebraciones concoce a una niña autista, muy especial, y a su madre, que encarna Dakota Johnson (su personaje se llama Domino), y esa relación de los tres, especial por donde se la mire, será el nudo, el centro de esta historia de amor y melancolía.

Dakota le lleva 12/15 años, y es frágil, y se la ve sola (su prometido es abogado y pasa los días de la semana lejos de casa) y crió también sola a su hija, que requiere de especial atención siempre.

Y es necesario decir que su personaje, la forma de encararlo, con sus susurros, sus inseguridades, su madurez y sus ganas de no ser tan madura, las miradas, son de una actriz de mucho repertorio, y que lo hace muy bien.

Es una película compleja, quiero decir, de complejidad en las relaciones, de profundidad en los temas y cómo los aborda, películas de una madurez muy por encima de lo que podemos adivinar en un creador de tan solo 25 años.

Es que logra un equilibrio entre su ternura, su necesidad de ser querido y su humor simple que emocionan de a ratos. Sobre todo porque sabemos que se va a enamorar (la primera escena nos delata que desde chico era candidato a que le rompan el corazón) y que ese asunto no va a ser fácil.

La otra relación especial que desarrolla es con Lola, la hija de Domino. Es especial porque no es forzada por la condición de Lola, es genuina, parece ser un idioma común no forzado, una confianza que se va desarrollando de manera natural, con juegos, con afecto y con genuino interés de su parte por el mundo de la adolescente. Tanta es la confianza, que Domino le confiará su cuidado algunas noches, noches en las que sale sola, sin su prometido.

Entonces es una película de químicas, de amores, de corazones rotos, de corazones enmendados y de música, y de risas y de motivos para vivir.


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