El hijo

El hijo

La dificultad de traducir un buen libro en una película aceptable.


3 Butacas



Guillermo Martínez es un enorme autor. Capaz de crear climas, situaciones, historias que atrapan y desafían la imaginación y la inteligencia. Hay una enorme tentación en llevarlo a la pantalla. Alex de la Iglesia lo hizo con los "Crímenes de Oxford", la adaptación de "Crímenes imperceptibles" hace unos 10 años. Pero esta vez, y no por falta de recursos, no funcionó.

La película hace todos los intentos posibles por trasladar ese clima de presión y sobre todo las dudas que el protagonista va sintiendo a medida que avanza el embarazo de su esposa, pero se queda siempre a mitad de camino.

Joaquín Furriel es Lorenzo, un pintor de mediana edad que sale de un pasado reciente conflictivo, que le ha costado en materia creativa pero también en lo familiar, ya que su esposa decidió dejarlo llevándose a sus hijas.

Es un personaje que de arranque, lo adivinamos conflictuado. Quizá es este rasgo, y esa interpretación, lo más interesante de la película.

Se da otra oportunidad, se pone en pareja con una científica (hay un laboratorio extraño en el sótano de su casa) noruega o dinamarquesa, y llega por fin el ansiado embarazo, otra oportunidad, un alivio a esa vida atormentada.

Todo fluye.

Vuelve a pintar con ganas, se reencuentra con viejos amigos, sobre todo con una pareja de amigos, en la que la mujer, Martina Guzmán, ha sido evidentemente su pareja en el pasado, y Luciano Cáceres.

Es a ellos a los que les expresa (sobre todo a ella) sus dudas acerca de la manera que su mujer está llevando ese embarazo. Obsesiva en los cuidados, extraña en sus comportamientos y algo misteriosa.

La llegada de una institutriz, una señora mayor que no habla el español, y tiene un vínculo muy fuerte con su esposa (es la misma mujer que la trajo al mundo como partera y la crió desde bebé), genera una especie de cápsula con su esposa y el bebé, a la que nunca podrá acceder.

Acá es adonde el relato pierde consistencia.

Porque no resuelve bien esa desesperación, la del padre que se queda afuera de todo, y pasa demasiado rápido de la impotencia a la sospecha y a la acción. Demasiado rápido.

Las actuaciones, con la excepción de la de Furriel, no ayudan. Martina Guzmán hace el papel que siempre hace, muy parecido a la terapeuta de El marginal, muy parecido a ella misma.

Inexpresiva, con una voz demasiado nasal y monótona, es poco creíble en este rol (en general lo es). Y lo mismo con Luciano Cáceres, a quien es difícil verlo en creaciones que vayan más allá de un bigote, patillas y un corte de pelo para marcar algún rasgo de sus personajes.

Es una pena, es fallido el intento, a pesar de estar muy bien producida (es decir, hay recursos).

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