The banshees of Inisherin

The banshees of Inisherin

Todo es belleza en esta película, una fotografía perfecta, una historia simple, de vidas simples, y un duelo actoral de lo mejor que se puede ver en la pantalla, con la Irlanda de 1913 de fondo.


9 Butacas



Son Colin Farrell y Brendan Gleeson los dos colosos que se cruzan en esta historia, dos actores en distintas etapas de sus carreras, tan irlandeses (irlandeses de verdad, no como Neeson) y tan buenos cada uno en su registro que cuando se juntan (esta no es la primera vez) producen magia. Y magia de la buena, de la disfrutable.

Además en este caso los dos colaboran en el guión.

No hay nada raro en la historia, ni golpes de efecto, ni hay que recurrir a cosas extrañas para que el relato fluya.

Estamos en la isla de Inisherin en 1913, muy rural, muy elemental y católica.

Todos se conocen, hay una cosa de cada cosa, un bar, una oficina de correos, un policía, una almacén de ramos general, uno de cada cosa.

Todo es a tiro de caminata, por campos siempre verdes, por praderas increíbles, con acantilados y el mar de fondo.

En esa apacible vida rural, hay dos amigos, los personajes de Farrell y Gleeson, que todas las tardes cuando terminan sus cosas, van al pub a tomar unas cervezas y a charlar. Charlas generales, normales, de pueblo.

Farrell es que el todos los días puntualmente pasa por la casa de Gleeson a buscarlo y caminan hasta el pub.

Pero un día nadie responde a esos golpes a la puerta.

Pádraic (Farrell) pasa por Colm (Gleeson) pero esta vez nadie sale.

Qué pasó? Qué es lo que alteró esa rutina?

Colm se lo explica muy bien, ya no quiero ser tu amigo, no más, me aburrís.

Tu charla es aburrida, y yo empleo en esa charla mucho tiempo que me podría servir para componer música, por ejemplo, Colm es violinista.

Bueno, ese es el disparador de esta comedia con toques negros, muy básica ya la vez profundamente humana, que corre por los caminos de la desesperación y la amistad.

Todos le dicen a Pádraic que ya no le hable, pero no se resigna a perder a su amigo, a esas charlas que eran todo en su tarde, eran las que lo sacaban de esa monotonía de granjero cuyas tareas terminaban puntualmente al medidía.

Los personajes secundarios son todos increíblemente buenos, tiernos, complejos, pueblerinos (quizá menos el personaje de Siobhán, la hermana de Pádraic, que termina yéndose de la isla) e ingenuos.

La insistencia, la no resignación de perder a su amigo sin entender bien por qué, eran gentes básicas, poco leídas, pero profundamente humanas y católicas, lo harán ir haciendo lo que no hay que hacer, hasta que las cosas se desencadenen mal, muy mal, dándole a la historia un giro inesperado y bienvenido.

Hay morosidad en el relato, pero están tan bien compensada por la increíble fotografía y la música y el encanto de esos personajes, que todo fluye de manera suave y efectiva.

Y sobre todo por la tensión inesperada que implica la decisión que toma Colm cuando Pádraic no entra en razones. Le dice, me aburrís, ya no me resulta atractivo ni útil hablar todos los días con vos y quiero que no lo vuelvas a hacer.

Pero como uno de los burros de su granja, Pádraic no lo entiende y vuelve y vuelve a que le expliquen.

Entonces Colm, violinista, le dice, la próxima vez que vengas y me hables me corto un dedo.

Y lo hará, dando inicio a un giro por el absurdo pero muy bienvenido en la historia.

Los dos actores están en un punto muy alto desde lo interpretativo, sobre todo Farrell, que entrega un personaje con las dosis justas de candidez, inocencia pueblerina, sentimientos generosos y buenos y obstinación.

Los animales tienen un papel protagónico, las vacas de su corral, su burra, el perro de Colm.

Una película extraordinaria con actuaciones extraordinarias y hermosa desde la simpleza.

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