Pawn Sacrifice

Pawn Sacrifice




En los años 70, en plana infancia, sonaban en casa los nombres de los ajedrecistas como hoy los futbolistas.

Había en el aire una idea de que el ajedrez era un liberador de inteligencias, que despertaba las elipse dormidas, que hacía que la cabeza funcionase bien.

De esos días me acuerdo el nombre de Bobby Fischer como una especie de héroe sabelotodo al que todos veneraban por su locura, y porque estaba jugando contra los mejores.

Y les ganaba a todos.

También de esos días eran los nombres de los grandes maestros nacionales y sus hazañas.

En esta película, que como toda biopic elige qué contar, de otra manera sería imposible, la historia de Fischer va de la mano de su locura, de la guerra fría y de los fantasmas.

Su infancia en el entorno norteamericano de la posguerra, su pasión por el tablero, su foco, su familia desarmada y su capacidad, van dando paso a un joven altanero, introvertido y con el paso del tiempo, peligroso.

Hasta que con ayudas plantadas en su entorno, se convierte en una especie de esperanza blanca contra la Unión Soviética, ya que allí están los grandes campeones y el campeón del mundo, el número uno indiscutido, Boris Spassky.

La película recorre de manera caprichosa ese camino que nos lleva sin escalas a lo que se llamó el partido del siglo, esa final en la que se jugaba mucho más que un título del mundo.

Era, así está dicho en la película, una revancha de los Estados Unidos contra un contrincante que le está causando demasiados dolores de cabeza en varios frentes.

Tanto que hasta Kissinger y Nixon lo llaman para que no abandone la lucha.

Pero la lucha de Fischer, y así fue hasta sus últimos días, no era con los rusos, ni con las blancas o negras según la suerte de un partido, era contra sí mismo. Contra sus miedos y sus fantasmas, contra la fama, contra los medios y su paranoia.

Está bien contada esta parte de la historia. Y bien, aunque no es la primera elección que hubiera hecho, Toby Maguire.

Pero la película no logra transportarnos de manera contundente a ese universo que tanto lo perturbaba. En algún lugar es difusa, es vaga y pierde un poco la tensión narrativa.

El final, las imágenes y el audio del Boby Fischer real son estremecedoras.


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