Interiores Woody Allen 1978

Interiores
Woody Allen 1978

Un año antes Allen pone pausa en la comedia brutal, para meterse en la psicología de las mujeres, en sus historias mínimas, y de paso repasar sus propia obsesiones, Recuerdos es quizá su primer film en esta línea, y siempre es un placer (y una pausa) volver a verlo.


7 Butacas



Manhattan, Connecticut, The Hamptons, son los sofisticados escenarios en los que transcurren las lánguidas vidas que Allen retrata en Interiores. Lánguidas, satisfechas, con los males que acechan y complican una vidas que, vistas desde afuera de esos ventanales, parecen privilegiadas.

El anuncio de la separación, primero temporal y luego definitiva, del matrimonio compuesto por el exitoso abogado Arthur y la diseñadora Eve, tan exquisitos, tan refinados, tan ricos, cae como una bomba neutrónica en las vidas de sus tres hijas, todas adultas, todas insatisfechas de alguna manera. Y esa transición, esa búsqueda, esas preguntas entre ellas serán el centro de esta trama.

El padre propone un día, ya las crié, he sido un buen padre, tienen sus vidas, necesito espacio, intentar algo nuevo, hacer algo para mí.

La madre, mientras tanto, Eve, ha dedicado toda su vida a los detalles, a los interiores, a las armonías perfectas y las combinaciones más refinadas. Educadas en esos detalles, ninguna de sus tres hijas ha sido capaz de vivir con esa presión por la perfección.

Diane Keaton, la mayor, es una escritora bloqueada, la única que llevó consigo el peso del motor creativo de la madre, la del medio, que también escribe, no puede con sus incomodidad en el mundo, casada con un intelectual (el mundo preferido de Allen) se complica, se pregunta demasiado todo, analiza, y no puede salir de la espiral de no saber qué es lo que quiere ser en la vida (cuestiona hasta su maternidad, que impide porque no sabe si quiere serlo) y la menor, la que menos peso carga, que sabe que su carrera en la otra costa, trabajando en papeles de gran popularidad en la televisión y viviendo en un mundo de plástico, parece ser la que mejor lleva el proceso.

Esa bomba de la separación de los padres, aunque ya adultos, las encuentra frágiles, y al momento de soltarles la mano, toda la construcción de sus vidas, tan dependiente de ese vínculo interno, se resquebraja, de tal manera, con tal profundidad, que no sabemos hasta el final en lo que va a derivar, y ahí radica quizá la potencia del relato.

Allen hace esta película con una cámara muy quieta, que no se preocupa por ir en búsqueda de los protagonistas cuando entran a una casa, se queda fija en la cocina y escuchamos que alguien los recibe, pero recién los vemos al entrar en plano.

Hace paneos hermosos sobre los objetos, los adornos, los paisajes que entran por las ventanas (sobre todo los de los Hamptons) y por esa armonía de ficción que es tan lábil que se conmueve cuando alguien sacude una pieza. Como si todo el suelo temblara, y se abriera un abismo bajo los piés, dice Arthur.

Eve, que es también frágil, no podrá manejarlo, y sus hijas menos.

Su toxicidad, su exceso de celo, su predominio sobre esas crianzas, termina por repercutir en haber criado hijas que no pueden separar sus vidas de las de sus padres, ya que terminan en una espiral de dependencia por aprobación y subsistencia económica, que termina siendo tan nociva como compleja.

Allen se juega con un relato muy distinto a todos, a todo lo que había hecho, y sale airoso. Lo repetirá mucha veces, incluso con la trilogía de hermanas en Hannah, y se meterá profundamente en la psicología femenina.

Interiores, estrenada en 1978, es un relato actual, de gentes de dinero, de gentes sin problemas aparentes, pero disfuncionales a su modo. Quizá resulte un poco morosa para estos tiempos más vertiginosos. Pero vale la pena para poner pausa.

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