Hanna


Hanna

Hanna es otra película de esas en las cuales un secreto guardado por años, sin razón aparente, se destapa y hay que matar a todos los que lo saben.

Lo digo de manera muy simple pero no hay otra.

Una organización secreta, que nunca quedará claro cuál es, trabaja en un proyecto científico de manipulación genética para modificar embarazos, cambiar las cadenas de adn y producir bebés súper fuertes, que no tienen ni miedo ni piedad ni nada.

Cate Blanchett, tantas veces elogiada en Butaca al Centro, es acá una mala caricatura del Sigfrid del Súper agente 86. Eric Bana, un buen joven actor, acá compone a un padre, o tutor, o entrenador, salvaje, que pasa sus días con Hanna para prepararla para no se sabe bien qué, y será devoto y cariñoso.

Hanna es una muñeca, quizá sea el único acierto de la película, es una muñeca rubia, con pelo desmarañado y una frialdad a toda prueba.

Como se entrenó en medio del bosque, sin luz eléctrica, sin nada, irá descubriendo el mundo a medida que se mueva (cuando decide que ya es hora de empezar su misión, que no es tampoco muy claro cuál es) pero lo hará de manera poco creativa, desordenada.

En fin, poco por aquí y poco por allá.

Estos argumentos en los cuales tenemos que suponer tantas cosas, adivinar el resto e imaginar algo, son un poco fastidiosos.

Otra de conspiraciones, algunas buenas coreografías de acción, pero no la salva nadie.

Extraño traspié en un director británico de la nueva camada, que había tenido dos buenos intentos como lo fueron Orgullo y prejuicio y El solista (fue comentario en Butaca al centro) que si bien tampoco tenían grandes despliegues de creatividad y cayeron en lugares bastante comunes, estuvieron bien realizadas. Aquí, ni eso.

Está todavía en cine.

Por milagro.

Nada la justifica.

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