Nunca me abandones (Never let me go)


Nunca me abandones (Never let me go)

Debí leer toda esa novela en un par de días. Y debió ser en invierno, y todos los días fueron fríos, grises, húmedos, sin sol.

Es que la novela de Kazuo Ishiguro (del mismo nombre) es una de esas cosas bellas que te regala la vida. La atmósfera, los climas, el lento pero implacable descubrimiento de lo que les pasa a estos niños, después adolescentes, internados de un clásico colegio inglés, lejos de todo.

Llevar relatos tan densos, tan emotivos, a la pantalla no siempre funciona bien. Y esta no es la excepción, aunque cuando estaba en medio de la película, me reprochaba (raro reproche) haber leído y disfrutado el libro.

No me voy a meter en detalles que después sean cargosos a la hora de verla, pero imaginen por un instante un colegio inglés en esos paisajes desolados, muy verdes, muy árboles añosos, muy plomizo, como los de Harry Potter, y una narradora en primera persona que nos introduce en sus vidas sin familias que reclaman por ellos.

Visitas de proveedores que les traen cosas.

Deportes.

El despertar del amor.

Reglas demasiado estrictas. Reglas básicas para algunas cosas y sofisticadas para otras.

En medio de todo, cuando no terminamos de entender bien qué es lo raro (porque algo raro hay) se revela la verdadera naturaleza de los personajes. Su misión en la vida. De dónde vienen y hacia dónde irán hasta que ya no puedan ir más lejos.

La película conmueve aun sin haber leído el libro.

Imaginen un laboratorio, un proyecto científico, un reservorio de órganos listos para trasplantar a los que lo necesitan.

Esos clones sin vida y una profesora, a cargo de uno de esos depósitos, que está convencida que, si a esos seres se los educa en el arte, en los sentimientos, serán capaces de tener mejores hígados, pulmones y córneas.

Ellos no lo sabrán nunca. Pero y si alguna vez lo sospechan?

En todo el relato el amor, ese extraño amor, será el hilo conductor de toda la historia.

Es bella por donde se la mire, ideal para estos días de otoño. Deja también un residuo para pensar. Para pensar en la ciencia, en la ética, en lo que estamos haciendo para el futuro.

Andrew Garfield hace rato que es un actor para seguir de cerca (el nuevo hombre araña, red social) y Keira Knightley (Seda, los Piratas del Caribe, Orgullo y Prejuicio) tiene esa cara especial, esa chispa increíble, esa delgadez infinitamente inglesa. Es etérea. Es adorable. Es perversa.

Una película es otra cosa que un libro, otros planos, la interpretación de un director, los rostros que imagina, la música, los escenarios. Confieso que imaginé otros lugares, otros tiempos. Pero hay algo que captó sin dudas, una sensibilidad especial una dulzura y una melancolía que la hacen única.

Eso está logrado.

No esperen ritmos escénicos estridentes, la historia se va a contar suave, se va a ir develando con sutileza.

Van a pensar. Se van a emocionar.

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