Vicio inherente

Vicio inherente



Tantos blasones para Paul Thomas Anderson! Tanto dicho antes de ver su última película, tanto escrito, que uno se pone de la mejor manera para ver una obra maestra.
Vienen a la cabeza momentos de Boogie Nights, de The Master, de Magnolia, y todo se pone mejor.
Pero a poco que uno se mete en esta película, se da cuenta que no se va a poder meter nunca. Y que lo que me gustaba de este director con cosas sueltas, un tono, una escena, pero salvo en el caso de Petróleo Sangriento, a nivel relato en general, Anderson parecería ser uno de esos artistas que con trazos extraños va intentando contar una historia, que le sale y se deja adivinar a partir de esos brochazos.
Creo que esta vez no le salió.
Al menos no funcionó para mí.
Vuelve a Joaquín Phoenix como actor fetiche. Vuelve a sus trucos (todos) nos sitúa en una Los Angeles lisérgica de los ’70 y hace que los actores hagan sus muecas y divaguen sobre una partitura que apenas tiene unas notas sueltas.
Basta para mí.
No es mi cine 

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