Three billboards outside Ebbing, Missouri

Tres anuncios para un crimen

La cuerda siempre atractiva de combinar la ironía con el drama y el contexto cultural, en una película en la que los obreros principales son un trío de actores que siempre marcan una diferencia. No es una película cómoda


7 Butacas

Porque no se puede explicar el atractivo de esta película del director británico Martin McDonagh sin hacer especial foco en el trabajo de la trilogía protagonista, ya que la historia, en sí misma, es una anécdota (fuerte) que da marco a esas actuaciones.

Es una carretera perdida (nadie la toma a menos que se pierda o sea estúpido dicen todo el tiempo) en una pequeña ciudad del centro centro de los Estados Unidos, ese centro que votó seguro a Donald Trump y que respira un aire renovado de racismo y de reivindicación de identidad.

Allí viven los tres protagonistas de la historia, una madre que ha perdido a su hija a manos de asesinos y violadores (nos iremos enterando que el crimen fue aberrante, aunque el director tiene el cuidado de no hacer fiesta sobre eso, en un papel poderoso para Frances McDormand. Y los dos policías, el jefe que compone Woody Harrelson y el policía que interpreta Sam Rockwell, quizá el más interesante de los tres.

El crimen sucedió hace meses, y el caso no avanza, no hay pistas de quién pudo hacerlo, no hay nada.

La madre, sin nada que perder, decide pintar los tres carteles viejos de esa ruta descuidada, y poner allí su reclamo, una ironía que apunta a la policía local, preguntando simplemente qué pasó y por qué no hay avances.

A veces simplemente no lo hay, dice el jefe de policía que a priori parece un displicente y poco a poco irá mostrando su costado más humano, y uno termina topándose que la pista que desentraña todo, de casualidad en un bar muchos años después, escuchando una conversación entre borrachos.

Y está también el papel de Sam Rockwell, que compone a un típico exponente de esa geografía de los Estados Unidos, patriotero, poco educado, que vive con su madre jubilada y que solo tiene en mente trabajar poco y hacer lo que hay que hacer, según sus propios cánones. Ganar lo suficiente para poder emborracharse en el bar y ajustar cosas menores con mano propia al amparo de su placa.

Ella será la protagonista efímera de las noticias, del rumor del pueblo, abriendo una grieta entre los vecinos que quieren que la policía encuentre a los responsables, y los que entienden que se está haciendo todo lo posible, que simplemente no hubo suerte.

En medio de ese conflicto central, pero que a la luz de la dinámica del relato puede ser menor, en realidad enmascara toda una toma de postura sobre la justicia y la venganza, sobre la vida rural y cómo esos crímenes aberrantes lo alteran todo, y sobre todo, cómo se sacude la modorra y parsimonia de un pueblo entero.

La película además ofrece un plus, una decidida ironía, un registro extraño para contar un drama, ya que sobre todo con la estupidez del policía y sus arrebatos, y el fino humor de la madre, nos sacarán más de una sonrisa en medio del relato más complicado, como si se tratara de esos casos oscurísimos, que sin embargo muestran destellos de lo absurdo.

Están varios de los elementos centrales de la vida y costumbres de estas ciudades olvidadas de los Estados Unidos, las del centro, que solían ser rurales y fabriles y ya no lo son, y en las que la educación de sus habitantes no es el rasgo más sobresaliente.

Es una película de actuaciones, no de acción, ni de paisajes, ni de tramas complejas, es una película sobre el dolor y cómo convertirlo en lucha, aunque más no sea, en el metro cuadrado que les toca vivir a sus protagonistas.

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