¿Qué hacemos con Walter?

¿Qué hacemos con Walter? Teatro

La eficacia de Juan José Campanella, gags explosivos, texto inteligente en el que muchos se ven reflejados, las delicias del ser nacional y los arquetipos de una sociedad que solo mira su propio hall de entrada.



7 Butacas



La vida de los consorcios, los mensajes entre vecinos que solo se conocen por las disputas, los problemas comunes vinculados tantas veces al dinero, a lo que se hace y lo que no, las personalidades que solo se cruzan en las reuniones para decidir sobre cuestiones menores, tiene una noche la reunión clave, para decidir nada menos que el destino del encargado.

¿Echarlo o conservarlo en su puesto?

Como siempre pasa no se involucran todos, irán en este caso el farmacéutico soltero (Belloso) la comunicadora (Karina K) el estudiante crónico de derecho (levemente izquierdoso), la señora en silla de ruedas, muy mayor pero de lengua filosa y la joven conflictuada, recién separada.

La dinámica de la obra es su punto más alto. Los diálogos, los estereotipos, los procesos de votación, cambio de pareceres, para discutir sobre el destino de un hombre al que no vemos, y que cuando vemos, nos enternece.

Un hecho inesperado, la aparición del administrador (un muy ajustado trabajo de Campi, ideal en la piel del administrador chanta, compendio de lugares y frases de ocasión) y un vértigo hacia el promedio de la obra, son los puntos más alto.

SI bien es un poco larga, tiene un intermedio corto muy festejado, con mensajes grabados por actores y actrices muy eficaz (la mano de Campanella) el final de la obra tiene el toque de tragicomedia en el que tan cómodo se siente el director, que es además el autor de la dramaturgia.

El desarrollo de la obra nos va mostrando a los protagonistas en sus puntos débiles, en sus miserias, a la vez que los pone a jugar entre ellos en alianzas y traiciones, de manera muy inteligente, lo que hace que cada situación en la que se ponen de manifiesto esos vínculos sea inesperada y muy divertida.

Belloso y Karina K se ponen al hombro la ironía, el tono de complejidad y los momentos de la obra. Campi ofrece solvencia en la composición de su administrador, levemente corrupto, altamente porteño, que a pesar de los esfuerzos que hace, no puede lavarse las manos en la situación.

El resto del elenco es parejo, con sus momentos de brillo en cada caso, pero funcionando en una armonía muy saludable para la obra.

Campanella es, ante todo, un gran narrador y esta segunda aventura teatral, esta vez con textos propios, confirma que la comedia dramática, las puestas, el manejo de actores, son sus fuertes.

Todo se disfruta, es una buena salida.

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