The mule

The mule

Clint Eastwood ofrece un piso de calidad en sus realizaciones, que pueden hasta prescindir de una gran historia, porque la belleza radica en su cinematografía.


7 Butacas



Uno entra al cine y tiene la sensación que va a salir con algo. Si es una biopic (es de los mejores para este género) es seguro que nos iremos de la sala con una mirada por aquellos rincones de la vida del personaje, que no habíamos reparado.

Si es una de amor, como en Los puentes de Madison, será un amor distinto, el deporte (Million dollar baby) tendrá una mirada desgarradora, la acción, la aventura, el western (que tan bien conoce), en todos los géneros que encaró como director dejó una marca, una denominación de origen única, un sello de calidad.

Por eso al entrar a ver una de Clint, ya sabemos muchas cosas.

Que va a tener una banda de sonido que nos emocione, que nos transmita climas, que el guion va a estar bien, que habrá ironía, que los personajes estarán bien aprovechados, que las cuestiones técnicas funcionarán.

Porque además de todo lo icónico que es como actor, es un gran director.

La mula no escapa a esta lógica. 

Clint interpreta a Earl, un anciano horticultor, muy laborioso entre las flores, poco afecto al tiempo en familia, que ha dedicado su vida a ese negocio, que lo hizo viajar, tener premios que no le importan a nadie, y vivir una vida muy centrada en sí mismo.

La vejez, los cambios en la manera de vender las flores, la tecnología, ese País que va cambiando de aspecto y de costumbres, con las etnias que son cada vez más populares y el impacto que esto produce en la vida cotidiana, desde el lenguaje hasta la ropa, lo van dejando de a poco afuera de todo, hasta que ya no podrá sostener su independencia y perderá todo.

Una casualidad lo lleva a hacer su primer viaje para llevar un bolso extraño a otro estado.

Irá con su vieja camioneta enarbolando orgulloso el récord de nunca haber sido multado en su vida.

Ese bolso le reportó un fajo de 10 mil dólares, y tras ese vino otro y otro y otro y otro.

Cada vez más bolsos, cada vez más plata.

Ese límite que cruzó sin ningún tipo de reflexión moral, ese andar por el costado de la legalidad, le reportará la posibilidad de acercarse de nuevo a su familia (a través del vínculo con su nieta) a sus amigos ancianos como él, y a una vida de mujeres (a pesar de la edad) y bordes, con los que seguro coqueteó siempre.

Su condición de veterano de guerra, sus años, hacen que le tenga miedo a pocas cosas, y con ese espíritu enfrentará con calma las peores situaciones.

Consciente de todo y poco dispuesto a arrepentirse por nada, se convertirá en una mula distinta, muy productiva, que pasa por frente a todos los radares, y se anima a todo.

Es muy interesante cómo Eastwood construye esa sensación. Porque no vamos a percibir nunca que lo que está haciendo tenga un final, que va a juntar una suma y dejará de hacerlo, o que le pese en alguna reflexión.

Y porque además se enfrentará siempre con su pasado apático y desprovisto de afectos familiares.

Ese camino que emprende lo hará reconciliarse con ese padre, esposo y abuelo que es, pero que ejerció poco, y lo hará poner todo en perspectiva.

Es muy interesante cómo la película va configurando al personaje central.

El resto es todo correcto, el elenco (muy importante para una película así) la banda de sonido, la severidad narrativa, todo aprueba.

Cada vez que el bueno de Clint estrena, hay que verlo, es de los pocos exponentes de una raza completa, productos de una industria que lo ocupaba todo en materia de entretenimiento.

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