Muerte en el Nilo

Muerte en el Nilo

Kenneth Branagh reedita su versión de Hercules Poirot, su bigote, y vuelve a ponerse tras las cámaras para una nueva versión de esta celebrada novela de Agathe Christie.


4 Butacas



Hay que decirlo, si todavía tenés en la retina algo de la última versión cinematográfica de esta historia (lo que sucede con Christie o con el Sherlock de Connan Doyle es que hay versiones de todo para comparar) lo primero que vas a notar es que no están ni Peter Ustinov, ni Mia Farrow, ni David Niven ni Bette Davis, y en su lugar están Gal Gadot y... Gal Gadot.

La película es larga, hay un intento por darle más volumen al personaje de Poirot contando un poco de dónde viene, por qué es tan brillante y la historia de su famoso bigote, pero resulta bastante innecesaria cuando se tiene un libro tan sólido como Muerte en el Nilo en el que el esfuerzo narrativo debería centrarse en quiénes son esos personajes que compartirán navegación de lujo por esas aguas.

Viene medio rebuscado entonces el inicio, también el esfuerzo por la inclusión, personajes que en la historia son una cosa y en esta versión son otra como en el caso de la cantante de blues y su sobrina, que serán negras en esta nueva versión.

La dirección de arte es una pieza clave, resulta todo tan ficticio, el barco lustroso, el lujo excesivo y artificial y el croma sobre el cual se filmó para después subir el Nilo, que distrae de la historia.

Una pareja baila frenética y eróticamente un blues furioso en un club de música en vivo, no sabemos por qué razón pero nuestro detective está ahí también, solo en una mesa disfrutando (eso creemos) el show de una cantante negra de blues (Sophie Okonedo en lugar de Angela Landsbury...), llega una niña rica, riquísima, que es el personaje que encarna Gal Gadot, que es amiga de la que está bailando y que al presentarle a su compañero de baile y novio, sospecha que esa nueva unión se profundizará.

Así en poco tiempo esa nueva pareja presentada en el piso de baile se casará y festejará con muy poca gente, muy seleccionada, entre pirámides, esa unión.

Como la despechada acecha, deciden seguir la fiesta navegando, y se suben todos (son pocos) a un barco de lujo a que el champagne y las visitas durante el recorrido vayan haciendo un casamiento distinto.

Un crimen a bordo, siempre hay crímenes cuando Poirot está cerca, y otro y otro configuran un cuadro en el cual el sabio belga hará lo que mejor sabe hacer.

Ya sabemos de qué va, siempre sabemos, o porque leímos, o porque ya la vimos, o porque alguien nos contó. Son clásicos, casi que no se pueden espoilear.

Pero entonces la magia es quién cuenta la historia, qué elige para contar, con qué intérpretes, y en este caso a pesar del esmero, la película naufraga.

Porque elige hacer concesiones de época que son innecesarias, porque no tiene n elenco que entusiasme, salvo por alguna excepción, como el adorable rol de Annette Benig y que tiene además una pareja central, la que componen los nuevos enamorados Gal Gadot y Armie Hammer, que tiene cero química y pareces sacada de un comercial de sopas.

Branagh parece querer proponernos una saga con su sello y su estilo, que no está nada mal, pero que debe esforzarse por mejorar mucho, sobre todo en el elenco y en tratar de sacar artificialidad y corrección a lo que cuenta.

Además es larga sin mucho sentido.

Todos sabemos que puede hacerlo, su anterior Crimen en el Orient Express fue mejor que esta.

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