Bellamy


Chabrol es un lujo, un narrador francés pero con el típico gusto inglés. Es un terrible escudriñador de la vida moderna y un crítico acérrimo de las altas esferas de la sociedad francesa, que en sus relatos son la sociedad capitalista.
En esta película, un enorme (en todo sentido) Depardieu es un inspector que en sus vacaciones se ve llamado a meterse en un caso de identidades cambiadas y asesinato.
No esperen una película en la que hay que descubrir cosas, lo divertido de Chabrol es que, cuando se mete con un plicial, como en este caso, el tema está resuelto de antemano. No hay nada que descubrir ni siquiera la mecánica de la investigación ofrece alternativas rebuscadas. Ya se sabe todo de antemano, lo interesante será ver por qué el asesino hizo lo que hizo y lo que es peor, lo que está dispuesto a hacer por las mismas razones.
Acá el juego es simple y a la vez encierra una vuelta de tuerca romántica. Todo se hace por amor. O en algún punto por calentura, pero que en este caso funciona como un motor tan fuerte como el amor.
En medio de la historia se cruza el medio hermano de Bellay, un francés de esos sucios y desprolijos que parecen emanar olores por la pantalla. Una lacra que se queda todo el día por la madura bella esposa del inspector haciendo que los ratones del gordo vuelen por los aires, pero a la vez ayudándolo a desentrañar la historia que tiene entre manos con su propia vivencia.
Una película para amantes del cine no gringo, no hay que engañarse, como otras joyas francesas que no tienen que ver con el policial, hay que estar preparados para verla.
Pero si uno entra en ese tono narrativo, vale la pena.

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