Shutter island ó La isla siniestra


No es una novedad que Scorsesse filma como los maestros. Tampoco que, como ellos, recurren casi siempre a las fórmulas que les aseguran ciertas cuestiones. Como el reconocimiento de algunas caras famosas (Di Caprio, Kingsley) libros sólidos y talento narrativo.
Qué más se necesita?
Shutter Island se parece a muchas otras películas del género ese que mezcla una realidad en un lugar sórdido y al final, descubrimos que estuvimos todo el tiempo comprando el rollo equivocado.
Magistralmente filmada, con referencias a los clásicos permanentes y un giro a los 50 natural, que fluye sin necesidad de estridencias, esta historia tiene todo para ser una película memorable.
Como dije, algunas actuaciones, una impecable cámara, un color decididamente extraño a los ojos actuales, una reconstrucción de diálogos, de ritmo fílmico, de vestuario y de situaciones que nos llevan a otro tempo discursivo. Parecido, en algún lugar, a esas películas que veíamos en Sábados de Súper Acción cuando todos éramos más chicos.
Todo eso está y está bien.
Di Caprio es ya un actor maduro, capaz de ponerse sobre los hombros un papel traumático. Kingsley es un gran componedor de personalidades, Ruffalo es un gran tierno compañero de ruta, que al final termina no siéndolo, y entre toda una estela de grandes nombres de reparto, se destaca la voz y la personalidad de Max Von Sydow, para darle a la película un matiz aún más comprometido.
Lo que no termina de redondearse es la historia. Por alguna razón, las permanentes vueltas al pasado (en el que el protagonista se las ve con el horror de los Nazis) y sus alucinaciones, terminan despistando demasiado. Como si en el formato clásico, en ese formato lineal y previsible de esas películas que pretende evocar esta historia, se hayan mezclado las sinuosidades actuales, los recursos de estas épocas para develar los misterios, demasiado rebuscados a veces para redondear una película.
Dura un poco más de dos horas, y la verdad es que se pueden ahorrar unos 30 minutos, pudiendo llegar al desenlace de la misma efectiva manera.
Tiene todo, y por sobre todas las cosas, más allá de todas las buenas cosas que tiene Scorsesse cuando filma, tiene una música incidental que es fantástica. Verdadera vuelta de rosca para evocar todo lo bueno de ese cine que ya está en franca retirada.
Ya lo había hecho en su versión de Cabo de Miedo, en la que la música jugaba un rol central. Bueno, lo repite ahora, y con creces.
Está buena, creo que van a coincidir con eso de que le sobran unos minutos, que no sostienen ni el bueno de Di Caprio, ni las vueltas que tiene que terminar dando para hacerse explícita, para que todos la entiendan, como parece que es el mandato de la industria, en la cual, como en la escuela, todo tiene que ser explícito y todo tiene que ser explicado con palabras. No vaya a ser que alguien, distraído, termine entendiendo otra cosa.
Tampoco está buena la referencia al clásico complot del gobierno.
Ese recurso, de metido con fuerza, se cae y se pierde por su propio peso.
Pero está buena. Es para ver un clásico sin serlo. Para recordar cuando los buenos eran buenos y los malos, muy malos. Y olorosos.

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